Crónica de
ULTIMA FORSAN
Érase una vez en Lucca
(parte 2, puedes leer la parte 1 aquí)
ENTREGA SEGUNDA · Ma 11/12/18
Dirigida por Eduardo Rodríguez Herrera
Rolato por Antonio Lozano Lubián
Comenzamos un apresurado galope
hacia Lucca, con intención de llegar antes que la columna de la
progenie, que ya ha arrasado Pisa...
3 días antes...
Elenco:
- Diego Ejarque (caballero verde de Aragón) – Jesús
- Farah Alany (odalisca roja) - Patricia
- Jacques de La Rochelle (médico de la peste) – Antonio
Isabel de Aquitania llama a
Jacques a una audiencia. Acude raudo. Le acompañan dos mujeres,
todas ellas preocupadas: Lucrecia de Aragón y la sultana roja,
Soraya, junto con Diego, de aspecto duro, y una odalisca (Farah) que
se queda en segundo plano. Isabel informa a Jacques de que las tres
gobernantas sospechan que la seguridad no está garantizada en Lucca,
a pesar de lo que diga el Podestá. Explican que ha habido un total
de cuatro avistamientos de carcasas dentro de las murallas de Lucca.
Jacques se sorprende y preocupa. Se discute sobre cómo se está
llevando este asunto por parte de las autoridades. El prestigio de
Lucca y la Feria están en juego. Nos piden que investiguemos el
asunto. Farah pregunta si sospechan de alguien. Añade que el asunto
es muy extraño.
Nos presentamos entre nosotros.
Les preguntamos por las localizaciones de los ataques. Siempre han
tenido lugar en los distritos de la Feria. Se sugiere que las
carcasas deben haber sido introducidas en la ciudad por medios
subrepticios. Nos planteamos quién podría querer sabotear el
Concilio. Alguien que aborrezca la idea de la unión de los reinos.
También sugiere Diego la posibilidad de que los propios “tiranos”
de la progenie. Somos conocedores de las rencillas entre el Imperio
Franco-Romano y los húngaros. Preguntamos por las víctimas.
Responden que no tienen noticias. Y que los cadáveres han sido ya
quemados. Farah sugiere que puede tratarse de una maniobra
distractiva.
Partimos a hablar con la guardia tras agradecer a nuestras señoras su confianza en nosotros. Es media mañana. Atravesamos una zona de la feria llena de tenderetes y tabernas, que comienzan a bullir con personas venidas de todos los lugares. Diego se fija en que hay multitud de carros, uno por tenderete, por lo menos. Ninguno de ellos llama la atención. Los mercaderes ofrecen sus quesos, carnes, vinos, y demás productos. Probamos algunos para no llamar demasiado la atención. Diego degusta un grandísimo vino, Farah un jabalí excelente y Jacques algo de un queso realmente extraordinario. Aprovecha para preguntar por el ataque. Le confirma que fueron dos furias, anoche, y no fue un ataque, sino un caso de infección. Se armó un buen griterío. Parece ser que dos personas se transformaron en ese momento, probablemente contagiadas por el atramento. La guardia acabó con ellos enseguida. Le preguntamos por la taberna: “La vieja copa”. Nos dirigimos hacia allí, entre el maremágnum que comienza a asentarse en la Feria.
Entramos en el establecimiento,
cuya puerta está coronada por un cartel de madera algo desvencijado.
Ya hay gente comiendo y bebiendo. Hay bastante jaleo. Nos acercamos a
la barra. Una mujerona pechugona con cabellos largos y grasientos nos
atiende. Pedimos cerveza y jabalí. Le preguntamos por el asunto de
las furias. La convencemos para que hable, y nos cuenta que dos
hombres estuvieron hablando y bebiendo mucho. En un determinado
momento, cuando ya estaban borrachos, acabaron por quedarse dormidos
sobre la mesa. Ya al final de la noche, que fue muy caótica, al
intentar echarlos, se levantaron fuera de sí, transformados en
progenie. No llegaron a herir a nadie, porque unos parroquianos
llamaron a la guardia, que acabaron con ellos rápidamente. Ocurrió
en una mesa puesta en la terraza, en la calle.
Jacques se acerca a la mesa en
la que ocurrió todo. Está ocupada por tres hombres que beben
ufanos. Sin molestarles mucho, investiga el suelo circundante y
localiza un trozo de vasija de barro, que le llama la atención
porque tiene un número inscrito: 76. Se la llevan a la propietaria,
que dice que no es suya, que ellos compran la vajilla en Siena. El
trozo de barro huele a vino, pero no llega a detectarse atramento a
simple vista (lo cual es difícil de hacer). Nos despedimos
agradecidos.
Buscamos algún puesto de
alfarería. Encontramos uno muy fácilmente. Un señor mayor nos
pregunta mientras ojeamos el género, pero no encontramos nada
numerado. Nos ofrece los búcaros. Es de Aragón, entabla
conversación. Le preguntamos por el trozo de vasija. Nos dice que no
es barro Aragonés, pero que si está numerada, es que es de vino
bueno, y por lo tanto caro. Jacques le compra un pequeño recipiente
que pueda llevar colgado al cinto.
Tardamos un buen rato en
localizar al mercader de vinos. Lo observamos de lejos: lleva una
capa con capucha gris y nos percatamos de que es claramente un
infectado. Sigue ofreciendo vino a los transeúntes. Diego se acerca
y le dice que quiere comprar algo de ese gran vino. Su intención es
que le diga dónde almacenan el vino, ya que el hombre no tiene un
tenderete, sino que ofrece el vino de unas jarras que porta. Le
compra una, pero no consigue la localización de ningún puesto, dice
que sólo tienen un almacén. Tras alejarse, observa que en el culo
de la jarra aparece el número 82. Y además, una figura impresa que
representa a una persona realizando lo que parecen ser experimentos
alquímicos en una mesa.
Dejamos la zona de comidas y
nos acercamos al área donde se exhiben las invenciones mecánicas,
con intención de retornar luego y seguir al mercader de vino. Farah
pregunta a un par de guardias sobre las furias. Los guardias, no muy
avispados, le responden que aunque es algo extraño, está todo
controlado.
Entramos en el callejón,
circundado de viviendas, del que salieron las dos primeras furias.
Nos percatamos de que una de las puertas está entreabierta. Diego
llama a la puerta, nadie responde. Farah abre la puerta. Entramos en
un salón con suelo de piedra, que desemboca en una cocina. En el
centro, una mesa tirada en el suelo, junto con todo lo que había
sobre ella: restos de comida, trozos de vasijas rotas... Una escalera
sube al piso superior. Ramajos e ingredientes variados cuelgan del
techo las paredes. Algo de comida puesta al fuego hace tiempo ya está
frío. Entre los pedazos de vasijas encontramos indicios de que esta
vasija tenía la misma figura, y el número 73.
Farah y Diego notan cómo dos
ojos les miran desde la escalera. Lo que anteriormente fue un gato,
se ha convertido en una “bestia infernal”, crecida y
despeluchada. Salta sobre Jacques, que se revuelve y lo lanza contra
el caldero de comida fría. Pero Diego le intercepta en el aire con
su espada corta en un ágil movimiento. Cae aturdido al suelo y Farah
intenta rematarlo sin ánimo. Diego maldice al gato infernal, que se
recupera y salta a la cabeza de Jacques, intentando arañarle la
cara, pero éste se desembaraza de él en el último momento. Diego
ensarta a la bestia con un grácil avance, aturdiéndolo de nuevo.
Farah lo eviscera sin piedad con su sable.
Diego comienza a sentirse mal:
nota un frío súbito y comienza a sudar. Se lo dice al médico. Nos
comunica que piensa que es por el vino. Nos pide que le dejemos a su
lado. Todos sabemos que ahora Diego es un “morituri”. Accedemos
sin problema. Nos pide que le matemos cuando sea necesario.
Quemamos al gato en el hogar y
salimos de la casa. Nos encaminamos hacia el mercader de vinos.
Empezamos a oír gritos y observamos cómo la gente huye despavorida
mientras la guardia acaba con otro infectado. No conseguimos
localizarlo. Preguntamos al mercader de quesos, que no lo ha visto
desde hace un rato, cuando un hombre joven que está cerca comienza a
vomitar. Diego se lleva al borracho al callejón más cercano para
acabar con él antes de que se transforme. Antes de que pueda darse
cuenta le corta el cuello con su daga y lo empuja hacia el suelo
mientras aún chorrea sangre. Limpia la daga y la guarda, para luego
volver a la calle disimulando.
El mercader de carne tampoco
sabe del de vinos, nuestro objetivo. Diego pregunta en una taberna.
Tampoco tienen noticia, aunque el tabernero nos informa de que son
varios los hombres que ofrecen vino en la calle, siempre vestidos de
gris. Intentamos localizarlos por las calles, que vuelven a recobrar
algo de vida, tras el susto de la última infección. Nos dividimos.
Farah encuentra a una mujer que le informa de que un infectado con
capucha gris corría con la muchedumbre hacia el oeste de la ciudad.
Decidimos hacer una batida cada
uno por las calles paralelas, encontrando nuestras miradas en las
intersecciones, mientras anochece. Diego y Farah se dan cuenta de que
en un cartel sobre el dintel de una puerta de un pequeño edificio
aislado, con pinta de taberna, aparece el primer arcano de la baraja
de tarot: el mago, que es la efigie que llevan las vasijas. Dos
infectados de gran tamaño, con el torso desnudo y con sendas
alabardas, guardan la puerta.
Farah va a avisar a nuestras
señoras, mientras Diego y Jacques pretenden internarse en la
taberna. Los infectados nos miran pero no nos impiden el paso. El
interior de la posada está presidida por una barra que a todas
luces, ha sido montada muy recientemente. De hecho, el lugar no
parece haber sido una taberna hasta hace pocos días. La parroquia es
casi toda infectada, como las camareras. Alguno de los presentes
están vestidos como el mercader de vino: capa y capucha gris. Por
todas partes hay vasijas de vino parecidas a las que venimos
persiguiendo. Un muchacho tras la barra no es infectado: tiene el
pelo largo, recogido en una trenza. No es demasiado mayor, y lleva
perilla y bigote bien recortados. Nos acercamos a la barra.
Diego pide un vaso del mejor
vino. El hombre de la trenza se lo sirve encantado. Diego le pregunta
por si pudiera comprar más. El hombre responde que lo ve muy
difícil, pues lo trae de lejos. Se presenta como Lucius Alexander.
Pronto confiesa que importa el vino de Granada, aunque es de los
Reinos Teutónicos Federados. Utilizan barcos para traer todo el
género, ya en vasijas numeradas. Diego le pregunta por si ha
contratado distribuidores que lo den a probar en la calle. Le enseña
la vasija que compró. Dice que debe pertenecer a ese hombre,
Fiorenzo Bucci, que le compró 100 de las primeras vasijas. Viste de
gris. Él y sus hombres se alojan aquí. No tenía noticia de que
estuvieran revendiendo su vino. Le agradecemos la información y le
prometemos comprar vino en el futuro.
Cuando nos disponemos a
marcharnos, Diego se da cuenta de que los hombres de gris han subido
al piso de arriba.
Mientras, Farah localiza al
mercader en una calle. Busca a un guardia, pero no lo encuentra. Va a
notificar nuestros avances a Soraya, que está con Lucrecia. Las pone
al día y les pide ayuda para desmantelar la operación de infección
que están llevando a cabo los “capas grises”. Lucrecia ofrece a
dos caballeros verdes y Soraya dos odaliscas rojas. Farah orquesta
una operación para capturar al falso mercader. Cuando lo apresan,
saca una daga y se la clava en el corazón mientras grita “¡para
mayor gloria de Dios!”. Cae al suelo y, mientras Farah grita desde
la distancia para que le corten la cabeza, se yergue de nuevo como
“poseso”, al no oírla las otras odaliscas. Pero Farah irrumpe a
toda velocidad y le separa la cabeza de los hombros. A continuación
corren hacia la taberna y se encuentran con Diego y Jacques.
Compartimos la información. Decidimos entrar y acabar con esto de
una vez.
Entramos junto con las
odaliscas y los caballeros, seguidos por los infectados que guardaban
la puerta. Diego habla con Lucius, y le avisa de lo que va a ocurrir.
Farah le pide que ponga a sus guardias de nuestro lado, y le explica
hasta qué punto son capaces de llegar estos sectarios. Muy nervioso,
avisa de que todos los “capas grises” están alojados en la
segunda planta y la buhardilla, no en la primera. Aunque está muy
preocupado por su negocio, conseguimos tranquilizarle. Dice poner a
los guardias como último parapeto por si algún infectado quisiera
salir. Diego tiene claro que Lucius no está conchavado con los
“capas grises”.
Subimos a la segunda planta
mientras decidimos el mejor plan de ataque entre susurros nerviosos,
pues pensamos que debemos acabar con esto cuanto antes y lo más
eficazmente posible. Convenimos que Diego arme la ballesta y vigile
toda la escena, vigilando que nadie baja de la buhardilla, que está
al final del pasillo, mientras cada uno de nosotros va a abrir una de
las seis puertas, tres a cada lado del pasillo, para acabar con ellos
a la vez.
Farah abre la primera puerta, y
un enemigo se echa sobre ella blandiendo una espada. El golpe impacta
en la armadura de su pecho. Un segundo ataque la noquea por un
instante. Un tercer tajo la deja sin aliento. Cae de rodillas, pero
saca fuerzas de flaqueza y le clava ambas armas (espada y daga) en el
torso. El enemigo cae y Farah le decapita para mayor seguridad, en un
ataque de frenesí.
Caen una de nuestras odaliscas
y uno de nuestros caballeros a manos de sus objetivos.
Jacques irrumpe en la
habitación correspondiente. Su enemigo no atina a asir su espada, el
médico le dispara con su pedreñal, pero sólo alcanza a rozarle. El
“capa gris” cae a un lado aturdido profiriendo un grito de miedo
y no acierta a contraatacar. El matasanos deja caer la pistola e
intenta atravesar el pecho del enemigo con su sable, pero el
nerviosismo le hace fallar. El enemigo no se recupera, impresionado
aún por la visión de su propia sangre, y Jacques, decidido, le
atraviesa el corazón con precisión quirúrgica.
El enemigo que ha acabado con
una odalisca sale al pasillo enfurecido. Diego le dispara con la
ballesta y le hiere, pero el enemigo corre espada en mano hacia
Diego, que desenfunda. Baten sus aceros con gran estruendo,
resultando en que el enemigo acomete contra el vientre de Diego, que
lo esquiva en el último momento, lo suficiente como para que tan
solo roce la cota de anillas que porta bajo los ropajes, lo cual
revigoriza al aragonés, que sin embargo falla la estocada. Su
contrincante aprovecha la apertura en la defensa del “morituri”,
y le hinca la espada por el flanco descubierto, hasta el fondo,
matándolo en este preciso instante y dejándolo caer al tiempo que
recupera su arma. Acto seguido, sin que pase ni un segundo, Diego se
reincorpora, transformado en un “poseso”: sus ojos vidriosos, las
venas negruzcas marcándose en su piel. El “capa gris” se percata
y le vuelve a hincar la espada, pero no surte efecto. Diego intenta
morderle, pero no le alcanza, mantenido a raya por la espada aún
clavada en su lateral.
Jacques sale de la habitación
y se encuentra con un “capa gris” que ha acabado con un guardia
verde, que le da la bienvenida mediante un espadazo en el vientre,
causándole una fea herida. Farah acude al rescate, aturdiéndolo
mediante una puñalada trapera en las lumbares.
La odalisca y el caballero
restantes forcejean con sus contrincantes.
El infectado continúa
apuñalando el vientre de Jacques, y le causa otra herida en el mismo
sitio, pero el médico se sobrepone.
El poseso (Diego) sigue
acosando al infectado, sin mayor efecto.
Jacques intenta contraatacar,
pero yerra la acometida.
El caballero verde acaba con su
objetivo, y lo que queda de Diego repara en él, y corre hacia él
por el pasillo. Le alcanza, el caballero completamente sorprendido,
Diego le hinca un dedo en cada ojo, girándole la cabeza, para
morderle el cuello y arrancarle la yugular de un solo mordisco, en
una explosión de sangre.
El infectado que está entre el
médico y Farah ataca a esta última, que esquiva con gran agilidad.
Jacques le ataca, pero falla, y Farah hace lo propio. Pero la
odalisca restante acude al rescate y acaba con el infectado.
Jacques se da cuenta de que es
imposible ayudar a Diego y pretende cortarle la cabeza, pero falla,
horrorizado por la dantesca escena. Diego le esquiva, le aparta y se
abalanza sobre Farah, que lo repele. No acierta a contraatacar, cosa
que sí consigue la otra odalisca, aunque apenas consigue hacerle
daño. Diego estrangula a Farah hasta dejarla sin sentido, pero no
acierta a morderle. Jacques no consigue impactar en Diego. Farah se
recompone, pero no consigue herir a Diego. La otra odalisca propina
un tajo al aragónes, pero no le causa daño alguno, al introducir la
espada en el hueco que ya tenía en el costado.
Farah no acierta a golpear,
pero la otra odalisca le secciona media cabeza junto con parte del
torso. Aún jadeante, se presenta: Kaamla Escalione (la hermana de
Flor).
Sin tiempo ni tranquilidad de espíritu para lograr una curación rápida, entramos apresuradamente en
la habitación del fondo del pasillo, donde encontramos las botellas con los números 87, 88, 89 y 90. Pero no hay nadie dentro. Quien fuera que estuviera ha escapado por la ventana...
Nos hacemos con un breviario repleto de inscripciones en
copto. Todo indica que fue producido en Egipto, donde la iglesia copta, muy macabra en su interpretación, incluyendo ilustraciones, parece ser que tienen el claro objetivo de acabar con la
progenie, que dios habrá mandado por alguna razón. Encontramos
también un mapa de Lucca, que incluye unos círculos marcados en ciertas
calles, que coinciden con las localizaciones de los pozos de la
ciudad... Nuestras miradas se encuentran con velocidad y estupor...
CONTINUARÁ...
Pedazo de crónica, Antonio. Acabo de revivirlo todo!! Gracias por el trabajazo.
ResponderEliminarDiossssss, qué rabia y envidia insana me da esto... No me quería perder esta campaña por nada del mundo :-(
ResponderEliminarVaya rolato y vaya movida!! Parece que se acerca un fin apocalíptico y Demonios, estaré ahí para verlo!!!
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