lunes, 21 de enero de 2019

Crónica de ULTIMA FORSAN - Entrega Cuarta y Última (por el momento)



Crónica de ULTIMA FORSAN

Érase una vez en Lucca

(parte 4, puedes leer la parte 3 aquí, la parte 2 aquí y la 1 aquí)

ENTREGA CUARTA · Vi 18/01/18
Dirigida por Eduardo Rodríguez Herrera
Rolato por Antonio Lozano Lubián

Elenco:
  • Kaamla Escalione (odalisca roja). Pura. Interpretada por Jesús
  • Farah Alany (odalisca roja). Pura. Interpretada por Patricia
  • Jacques de La Rochelle (médico de la plaga). Interpretado por Antonio
  • Ricciardo de Bacci, cazador de muertos. Puro. Italiano. Interpretado por Philippe (anteriormente Rodrigo).
  • Jean Paul La Roche, Paladín del Sacro Imperio. Puro. Sacro Imperio Romano-Franco. Interpretado por Jesús
  • Flor Escalione alias “La Mariposa”, Odalisca roja. Pura. Granadina. Interpretada por Patricia
  • Bianka Farkas, Noble. Infectada. Húngara. Interpretada por Antonio
  • Bartolomeo di Benedetto, inventor. Puro. Florentino. Interpretado por Philippe.

Las llamas. Cada vez se avivan más. Los cuerpos inertes caen uno tras otro sobre ellas, frente a los espectadores cariacontecidos que guardan silencio ante el crepitar. Todos los vecinos de Lucca, incluidos los viejos y los niños, se arman como buenamente pueden. Los médicos de la plaga atienden a los heridos sin poder dar abasto. Nadie se atreve a beber el agua de los pozos. Los guardias y los mandatarios observan en tensa calma desde los adarves cómo las huestes de los muertos permanecen apostados a apenas quinientos metros de las maltrechas murallas. En reposo absoluto. Inertes como la efigie de una tumba. A la espera de una orden psíquica que los reavivará y los lanzará en busca de nuestra sangre y la aniquilación de la ciudad.

Nicolo Maquiavelo, señor de Florencia, llama a audiencia a Bartolomeo, su inventor, durante la tarde posterior al día de la batalla. Le informa de Guernardo, el monje, ha muerto. Le dice que mandó a las “bandas grises” a solicitar ayuda a Florencia, pero que aún no han vuelto, y está grandemente preocupado. Le encomienda ir a hablar con el Podestá para formar parte de una expedición que deberá pasar desapercibida, y cuyo objetivo es pedir ayuda a los feudos cercanos. Deberán caminar a buen paso durante unas quince horas aproximadamente, para lo cual le aconseja pertrecharse bien, pero sin excederse en cuanto al peso. Una rápida visita a la armería y a la intendencia le permite hacerse con una linterna, más flechas, velas, una honda y un casquito de cuero con unas gafas incorporadas: junto con las que tiene la ballesta, ya son por lo menos cuatro o cinco lentes diferentes las que oscilan alrededor del sonriente inventor barbudo.


Mientras tanto, Soraya se reúne con sus odaliscas: Farah, Kaamla y Flor, en un pequeño salón coloreado con los tintes pardos de la luz vespertina filtrada por las celosías de madera. Les informa de que el Concilio ha decidido enviar una segunda partida para pedir auxilio a Florencia. Añade que el Podestá conoce una forma de salir subrepticiamente de la ciudad a tal efecto. Flor protesta: antes deberían salir los niños y las personas mayores. Kaamla disiente: aceptará de buen grado la responsabilidad de buscar ayuda para salvar la ciudad. Flor cree, y así lo hace ver, haciendo gala de su habitual vehemencia, que puede que Florencia haya recibido noticia, pero no quiera enviar a nadie, pues se deben estar preparando para su propio asedio. Soraya opina que esta es una apuesta que debe realizarse, y por eso ha prometido al Podestá la ayuda de dos odaliscas. Soraya especifica que no lo pide directamente, pero solicita voluntarias. Kaamla da un paso adelante sin pensárselo, y Flor la secunda: nunca se perdonaría que le ocurriese algo a su hermana. Ni a Fiorella, cosa que le recuerda a Soraya, que asiente con un matiz de cariño en la mirada.

Bianka y su hermano Domenic conversan en voz baja en sus aposentos. Domenic le transmite a Bianka que el Podestá pretende enviar a un grupo a buscar ayuda a Florencia: es precisa la ayuda del ejército de las bandas grises. Pero duda de que esto sea algo en lo que deban inmiscuirse. Le pide su opinión a su hermana, y añade que ya hay delegaciones que han ofrecido sus servicios. Bianka responde que esta es probablemente la última esperanza de la ciudad, pues tienen todas las de perder. Tras un pequeño debate decide unirse, sobre todo porque se siente en deuda con los que ya bien podría llamar “amigos”, si bien no opina lo mismo de sus mandatarios. Domenic añade que según el Podestá, hay una forma de salir de la ciudad de modo subrepticio, lo cual podría ser una información que nos conveniera tener. Bianka promete dejar escondido un mapa de la salida secreta en el pozo que hay más cerca de la fortaleza Augusta. Domenic le pide que tenga cuidado. Bianka se hace con una daga y la esconde en la bota mientras le responde: “por supuesto, pero prométeme que tú también” sin mirarle directamente.

El Podestá Forteguerra preside la reunión en el gran salón. Flor y Bianka se saludan con toda la efusividad de la que puede hacer gala la húngara. Flor hace las presentaciones: Kaamla y Bartolomeo completan el grupo. El inventor lleva una mochila enorme repleta de cachibaches que no dejan de emitir ruiditos.

El podestá protesta un poco por el aspecto de los voluntarios, y se pregunta dónde están los paladines. Les pide que le acompañen y les dice que les enseñará cómo salir de Lucca. Les lleva a las catacumbas, y abre una pesada puerta de metal tras juguetear con un manojo de grandes llaves de hierro. El hedor que se desboca por la puerta anuncia que nos dirigimos a las cloacas. Hay unas rejas en el suelo, cuyo candado abre con las mismas llaves. Nos ordena descender, luego 45 pasos hacia adelante. Bartolomeo toma notas. Si contáis bien, encontraréis que el muro de la derecha es falso: un golpe no muy fuerte debería hacerlo caer. Bianka se enfrenta al Podestá, que finaliza la conversación diciendo que somos la esperanza y en nosotros confía. Tras 2 km, saldremos fuera del asedio. Kaamla pregunta por el tipo de salida, y el podestá le da una llave para el candado de la reja que encontraremos al final. Nos pide que cerremos al salir. Caída en la ladera de la montaña, cuidado al descender. No más de 30 metros de caída. Estaremos al Norte, debemos ir al Este. Bianka lleva a cabo la “entrega” del mapa, y se apresura para darles el encuentro. Añade que necesitarán las llaves del Podestá. Este espera para cerrar.

El grupo (salvo Bianka, que les dará el encuentro más tarde), se interna en un oscuro pasillo de un metro de ancho, con agua hasta las rodillas, repleta de heces. El hedor es nauseabundo. Flor se descalza sus babuchas de seda y hunde los pies en el cieno mugriento que se intuye bajo la mezcla de agua, detritus y orín. Entretenidos en contar los pasos, Bianka procede a darles alcance tras hablar de nuevo con el podestá Forteguerra, que cierra la reja tras la húngara. Les alcanza justo cuando discuten si este es el lugar adecuado o no para derribar el muro. Bartolomeo pega un par de palazos al muro, en el lugar que le marcan las odaliscas. Tras un par de golpes mañosos y certeros, logra hacer palanca entre dos ladrillos y derriba parte del muro. Ante ellos: oscuridad, frío y pestilencia. Automáticamente, las odaliscas perciben un chapoteo y el resplandor de dos ojos que se hunden en el agua. Cunde la alarma y Kaamla termina de derribar el falso muro. Entramos atropelladamente en una gruta excavada, de la misma altura escasa, pero algo más ancho. Bartolomeo ilumina la estancia con su linterna.

Varias ratas gigantes y sin pelo se abalanzan tras nosotros, algunas de ellas corriendo por las paredes. Comenzamos a huir de ellas lo más rápido posible por el corredor, agolpándonos, pues solo caben dos a la vez debido a su estrechez.

Bartolomeo pone en funcionamiento un motor que impulsa sus piernas mecánicamente. Kaamla y Flor se ponen en cabeza. Bianka aparta a Kaamla y ocupa su lugar. Bartolomeo se pone a la altura del grupo gracias a sus botas mecánicas que levantan la mugre tras de sí. Flor adelanta. Las ratas se acercan peligrosamente. Bianka aprieta el paso y se pone en cabeza. Pero le entra un vahío y se estanca. Seguimos hacia la oscuridad. Kaamla intenta apartar a Bianka pero esta la rechaza. Nos distanciamos de las alimañas, pero estas aceleran y se abalanzan sobre Kaamla y Bartolomeo, pero no consiguen morderles y son lanzadas a las paredes a manotazos. Flor y Bianka avanzan mientras tanto, y Kaamla se les une. Bartolomeo pega un acelerón y empuja a Bianka, pero esta le impide el paso al grito de “¡quita, viejo loco!”. Flor alcanza la puerta cerrada, pero la llave la tiene Kaamla. Las ratas se quedan atrás. Kaamla se acerca a Flor y saca la llave. Bianka se pone a la altura de Kaamla jadeando. Bartolomeo sale escopetado como un cohete y se queda justo detrás de Kaamla. Las ratas se abalanzan sobre ellos pero se atropellan unas con otras y no aciertan a morder a ninguno. Kaamla le da la llave e Flor, que hace gala de una impresionante sangre fría y abre el candado de la recia reja con increíble facilidad. Justo después hay una caida de veinte metros, tras una especie de alféizar natural de un metro más o menos de profundidad y unos seis metros de ancho. Flor queda aguantando la reja, lista para cerrarla tras el paso del último de los héroes. Bianka sale a toda velocidad y se pega al exterior de la montaña. Bartolomeo se queda a las puertas. Las ratas se acercan al anciano inventor. Kaamla consigue escapar. Bianka se dispone a agarrar a Bartolomeo de la ropa para sacarlo en peso. Las ratas acosan al inventor, Flor se prepara para cerrar la puerta y apremia al simpático vejete, que por fin sale del túnel. Flor cierra la reja con un sonoro golpe y las ratas se agolpan contra la reja, sacando el morro y las garras por los pequeños orificios.

El grupo está ahora al borde de un precipicio, literalmente, de roca blanquecina. Los últimos rayos de sol a nuestra izquierda. A diez metros hacia abajo, la copa de los árboles. Tras otros diez metros se encuentra el suelo. Decidimos bajar. Bartolomeo dispone una línea de cuerda e idea una polea que sirva de ayuda. Kaamla le asiste en la tarea. Tras un trabajo concienzudo, logra un dispositivo de gran calidad. Él mismo lo prueba y desciende sin problema ninguno. Kaamla hace lo propio. Flor también. De no ser por el invento se habrían encontrado con una caída. Bianka trastabilla pero se estabiliza en el último momento, y por fin todos están en suelo firme. Bartolomeo recupera la cuerda y comienzan a avanzar campo a través a paso rápido.

Están en un bosque cerrado. Descendemos de la colina y la vegetación espesa da lugar a un yermo abierto. Cae la noche, y con ella el frío silencio. Las odaliscas se cubren con las capas. Detectamos un cuerpo que yace ante nosotros. Al acercarnos vemos que ya está decapitado. Hay varios más detrás. Flor los reconoce: son los infectados exiliados. Bartolomeo se percata que quien ha cortado sus cabezas lo ha hecho con una espada de calidad. Hay hombres, mujeres... y también algunos integrantes de la progenie. Algunos cadáveres tienen encima aún algunas posesiones: una daga, algunos florines...

Proseguimos la marcha, y más adelante, ya con la luna bien alta, tras nubes deshilachadas, localizamos a una figura que camina de forma desgarbada. Bartolomeo le llama. Se detiene y se gira lentamente. Bartolomeo le apunta con la ballesta, pero no se trata de un hijo de la progenie, sino de un infectado malherido, que, con el brazo sangrando profusamente, solicita “ayuda, por dios”. La camisa empapada de sangre y atramento, el brazo prácticamente colgando de un jirón de carne. Flor le pregunta por el ataque. Aunque responde, se desmaya enseguida. Bianka le corta el brazo con la espada. Bartolomeo intenta cauterizar la herida pero no lo consigue. Intenta matarlo de un palazo y Bianka le cauteriza la herida tras dos intentos. El grupo sigue hacia adelante, salvo Bianka, que lleva a rastras al infectado herido, y localiza un árbol con una rama gruesa y baja donde poder dejarlo algo más seguro, asegurándolo con una liana para que no caiga, pero de modo que pueda liberarse con facilidad al despertar. En ese momento detecta que el infectado lleva el tatuaje de la secta de la rueda en la espalda. Decide reservarse esa información para sí misma de momento... Alcanza al resto del grupo gracias a una corta carrera.

De madrugada, cuando piensan en descansar, nos topamos con el río Arno, que no tiene fama de caudaloso, pero que habrán de cruzar obligatoriamente para continuar su camino. Bartolomeo cree reconocer vagamente la zona e intenta localizar un vado que cruzó en otra ocasión, pero no lo logra. Kaamla pretende algo parecido, pero no identifica ninguna forma de pasar a la otra orilla.

Intentamos buscar otra forma de pasar. No hay. Decidimos descansar dos horas sin hacer guardia, estableciendo un perímetro (colocando ganzúas y un cuchillo a modo de chivato en unas cuerdas) y luego vadear el río cogidos de los brazos, en cadena.

Nos cuesta dormir por la tensión. Entramos en duermevela. Al final comenzamos a dormitar. Flor escucha claramente gruñidos y el traqueteo que generan unas ruedas de carro sobre las piedras. Parece que se aproximan desde río arriba, por la misma ribera. Flor se acerca al río, se agarran todos de los brazos. Bartolomeo protesta entre susurros argumentando que no sabe nadar. La orilla está llena de piedras, el agua intensamente fría, y comenzamos a cruzar. Con el agua ya a la altura del pecho, miramos hacia atrás y vemos el carro, a veinte metros, tirado por un ser horrible, producto de unir varios torsos como si fuera un ciempiés humano, que persigue a un humano que utilizan a modo de “zanahoria” para que avance. El carro lo guía un conductor encapuchado. Detrás, tira de una jaula; dentro de ella hay una quimera, una abominación: un ser que fue humano, y que ahora parece más un arácnido, ya que le han injertado miembros. Cuando pasan cerca y parece que giran la cabeza hacia nosotros, el grupo se sumerge para evitar ser vistos. Parece que Bianka no va a resistir, pero, tras dejar escapar una bocanada de aire y generar unas pequeñas burbujas, aguanta debajo del agua. Retornan a la superficie justo cuando ya ha pasado de largo la grotesca comitiva.

Continúan hacia la otra orilla, pero Kaamla y Bartolomeo pierden pie, pero Flor saca fuerzas de flaqueza y consigue que ninguno se desligue de la cadena. Por fin llegamos a la otra orilla.

Comienzan a correr para acortar la distancia y también para mitigar la sensación de gelidez que nos empapa. Al amanecer divisan las murallas de Florencia.

DE VUELTA EN LUCCA, ALGUNAS HORAS MÁS TARDE...

Las huestes de la progenie han mantenido las posiciones, totalmente inmóviles durante un día. Al caer la tarde, comienzan todos sus efectivos una oleada exactamente sincronizados. Los esqueléticos avanzan a toda velocidad hacia la ciudad. Las catapultas vuelven a escupir bolsas de furias e incluso hecatónquiros, envueltos en llamas. La batalla dentro de la ciudad es más cruenta aún si cabe. Las carcasas se agolpan contra las murallas: chocan contra ellas, estallando y agolpándose unas sobre otras, hasta que revientan los muros. Una imponente marea de muertos sedientos de sangre irrumpe por fin en Lucca.

Farah comienza la siega de muertos. Jean Paul se enfrenta a una avalancha, con el brazo mecánico destroza a unos y con la espada rebana a otros. Ricciardo dispara una ráfaga de cañón desde los adarves. Jacques se desvela como un auténtico experto en el uso del sable.

Soraya comanda una refriega y Lucca resiste una oleada: las fuerzas de la progenie son rechazadas tras una hora de combate, pero vuelven a la carga.

Jean Paul es aturdido. Jacques continúa eliminando enemigos con su sable. Ricciardo apunta a una avenida para taponar la entrada: la arriesgada maniobra resulta en un éxito. Farah y las odaliscas: hacen oscilar sus sables como en un baile en un escenario dantesco, vestidos de gasa roja, la sangre surca el aire e inunda el pavimento. Una décima parte del ejército de huesos cae. Los vítores anegan el aire.

Las quimeras sobrevuelan Lucca y arrasan por donde pasan. Farah y sus odaliscas no consiguen impactar, pero sin quererlo, esquivan a un destacamento completo. Ricciardo ordena cargar los cañones con balas con cadenas, que destrozan al enemigo causando un daño tremendo (jaulas y quimeras). Jean Paul y sus paladines hacen volar trozos de muertos vivientes por los aire. Jacques y los suyos hacen lo propio.

Isabel de Aquitania envía refuerzos de bolsas de gas para lanzarlas a la progenie y ahogar a los invasores. Pero no es suficiente, y la mitad de las fuerzas de Lucca perecen.

De pronto, miles de caballeros fiorentinos, encabezados por un estandarte gris, aparecen con un estruendo formidable y arrasan a parte de las tropas invasoras. La inyección de moral parece un hálito divino. Junto a ellos, los otros héroes, que se dan cuenta de que hay dos figuras de la progenie a caballo observando la batalla desde una posición privilegiada. Claramente son los tiranos, comandantes del ejército de huesos. Los héroes van a por ellos. Al acercarse observan cómo esa figura humanoide, de ojos rojos, montado sobre una “pesadilla” (un caballo poseído por la plaga), tiene unas protuberancias de hueso en la cabeza que se asemejan a una corona ósea. Y el otro tiene aspecto de romano y parece que no estuviera muerto.

Bianka se aproxima a toda velocidad con la intención de decapitar al primer tirano, pero falla al verla venir de lejos el comandante. Jean Paul ataca al mismo objetivo en dos ocasiones, lleno de ira, pero de nuevo el tirano demuestra una agilidad excepcional esquivando los embites. Farah le propina dos espadazos y le aturde. Pero se repone y intenta herir a Kaamla, que sin embargo esquiva el golpe. Bartolomeo le dispara dos flechas con la ballesta modificada, que se clavan en el pecho del alzado, sin causarle daño alguno.

Mientras, dentro de la ciudad, Maquiavelo ordena una retirada a la fortaleza, pero muchos de los efectivos no llegan. Jean Paul a espada y escudo rechaza a una gran cantidad de carcasas, Jacques queda aturdido. Ricciardo con su pistola, intenta defenderse con un solo brazo pero se le echan encima y le hieren profusamente a la vez que le infectan. El horror en sus ojos, moribundo ya, sabe el aciago futuro lo que espera.

Jacques se desaturde y combate fieramente, pero le vuelven aturdir. Jean Paul no se deja amedrentar. Farah no logra desaturdirse. Bartolomeo dispara al tirano, le da en dos ocasiones pero no le hiere. El papa rey ordena mantener la posición, lo cual logran lo paladines a duras penas.

Farah no se desaturde, Jacques sí, y esquiva el ataque. Bartolomeo comienza un barrido con las botas a gran velocidad por la muralla disparando a las carcasas: impactan los dos primeros pero el tercero falla. Jean Paul no para de dar espadazos. Isabel de Aquitania ordena cargar, pero no parece la opción más acertada. Jacques no acierta, Jean Paul sí, Farah sigue aturdida y la pisotean, causándole dos heridas. Bartolomeo sigue disparando, pero le atacan por detrás, le desgarran la espalda, le infectan, se revuelve y abre fuego contra sus atacantes, matando a algunos de ellos.

Maquiavelo arenga a las tropas, intentando intimidar. La progenie se ríe de él, pero entonces ordena lanzar aceite hirviendo y acaba con multitud de ellos, igualando las fuerzas de ambos ejércitos.

Bartolomeo se une a un destacamento de caballería, y acaba con un grupo de abominaciones. Farah sigue aturdida, y la hieren de nuevo, convirtiéndola en una morituri. Jacques se sigue desenvolviendo bien, pero aún mejor Jean Paul.. Soraya hace de nuevo una aparición espectacular y sus odaliscas arrasan un destacamento enemigo.

La progenie desiste en su hostilidad: todo indica que los tiranos han abandonado el campo de batalla. Comienza una purga en la ciudad y sus inmediaciones. Tristemente, Farah también pide que la sacrifiquen. Kaamla la abraza y le suministra poco a poco el “elixir”: “descansa para siempre”... Acto seguido le separa la cabeza de los hombros. El yelmo de Jean Paul está cubierto por completo de sangre. Levanta la espada y el pañuelo de su familia mientras profiere un grito dejándose llevar por la emoción. Ricciardo pierde el brazo biónico: pronto le instalarán uno nuevo. Bartolomeo ha perdido una pierna, pero ya está ideando qué tipo de repuesto quiere que la sustituya. Jacques se deja caer sobre un murete medio derruido, exhausto. Se queda dormido. Despierta al cabo de las horas sobresaltado y comienza a atender al resto de heridos. Bianka y los húngaros vuelven a su país, tras cooperar en la reconstrucción de Lucca, desconfiando aún más si cabe de los mandatarios de los otros territorios.

Lucca ha resistido. El ejército de huesos ha sido derrotado. Sin duda es una gran hazaña, y el júbilo inunda nuestros corazones. Pero muchos han muerto, y los comandantes de la progenie han escapado ilesos. Y lo que es peor: una alianza duradera entre las naciones no ha sido posible, más allá de una colaboración desesperada y circunstancial. Y durante la reconstrucción de Lucca, nuestros héroes oyen habladurías sobre el Necromante responsable de muchas de las abominaciones que les han acosado... Y muchos se preguntan si la Triaca, la cura contra el Atramento, existe de verdad...

FIN... por el momento...




2 comentarios:

  1. Una crónica bestial, Antonio. Mi más sincera enhorabuena por esta y las anteriores. Gran trabajo!!!

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  2. Alucinante rolato Maestro, una vez más lo has bordado para darnos de nuevo el placer de disfrutar de esa sublime aventura. Magistral!

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