jueves, 28 de marzo de 2019

Crónica-rolato de El ojo perdido de Ódinn, campaña de Ricard Ibáñez para Walhalla (Skjaldborg). PARTES 3 y 4

ATENCIÓN: Puedes leer la primera parte de este rolato pinchando aquí, y la segunda aquí.



El ojo perdido de Ódinn
Partes tercera y cuarta



¡Por las barbas de Ódinn, por qué caminos más duros nos hace viajar el Viejo Tuerto! No contento con obligarnos a huir de una villa de palurdos con cerebro de higo fermentado por insulsas verduras hervidas y apestoso vino aguado, ahora nos pone pie a tierra durante más de una jornada para rodar nuestro dreki sobre troncos porque el río es demasiado impracticable para continuar navegando en ese tramo. ¡Y el necio skáld... ! Podría habernos avisado con más tiempo si conocía este impedimento. Bardos y sus historias estúpidas... Pero bueno, al menos continuamos nuestro camino hacia el sur en buena compañía y vivos, que es lo importante.

Cuando llegamos a un tramo determinado de nuestra ruta, de pronto nos dimos cuenta de que al final de un recodo teníamos compañía: un grupo de alfeñiques escuchimizados nos miraban desde el bosque con curiosidad, acompañados de... vaya... parecía un hombre del norte... ¡qué curioso! ¿Desde cuándo nuestros compatriotas se dignan a vivir con gente tan poco agraciada? Pero la sorpresa no solo era esa, sino que esta gente, al parecer, se ganaba la vida precisamente porteando barcos por la ruta que nosotros seguíamos, ya que era tarea habitual, y por un módico precio harían descansar nuestros brazos. Por si fuese poco, el grandullón, que tenía un extraño pelaje de animal pegado a la espalda y decía llamarse Snorri "Espalda Peluda", era su líder (más tarde nos enteramos que había sido porque el anterior se cayó siete veces sobre la cabeza de su martillo, pero no soy quién para juzgar los accidentes sufridos por un renacuajo porteador, ¡¡¡jajajaja!!!).

Cuando Snorri nos hizo su oferta, nos planteamos que, si nos engañaban a mitad de camino, tendríamos que tener un plan de contingencia para que no tratasen de regatear de forma ventajista para llevarnos hasta el final de nuestra ruta, y una de nuestras opciones pasaba por raptar a las mujeres e hijos de esos perros flacos para evitar tonterías como esa, aunque bueno, al final no concretamos nada; ya se vería cómo lo haríamos. Mientras tanto nos guiaban hasta su aldea para descansar, y allí Snorri nos contó el motivo por el que se encontraba entre estas extrañas gentes. Y era que, en uno de los viajes de con sus compañeros de tripulación, un día, cuando iba a evacuar aguas menores, le atacó un oso y lo dejó por muerto. Al ver sus compañeros que no regresaba, se marcharon sin preguntar, aunque los pequeñuelos sí que lo encontraron, aún vivo y en mal estado, y curaron sus heridas y cosieron pieles de lobo a su espalda para protegerlas hasta que se curasen... y en fin, hasta hoy esas pieles son orgulloso testimonio de su supervivencia, además del hecho de haber tomado esposa y tenido un hijo en la comunidad, de la que también es jefe "por derecho". Desde luego, este tipo es, cuanto menos, curioso. Seguro que en una casa comunal tiene que ser de lo más interesante con un par de cervezas en el buche.

Al llegar a su escuchimizada aldea, Snorri nos propuso un negocio para cobrar los servicios de porte, y fue entonces cuando empezamos a sospechar. Sin embargo, la propuesta fue de lo más... cómo decirlo... extraña. Al parecer, la aldea estaba siendo asediada por trols... sí sí... trols... Mis ojos se abrieron como castañas maduras al escuchar esas palabras, y mis manos se frotaron nerviosas por ver a tales criaturas. Nunca había sido testigo de la aparición de uno de esos seres, salvo de la boca de más de un skáld borrachuzo y mentiroso. Pero ahora iba a verlos por mí mismo. Al parecer, esos trols se llevaban a niños y ancianos hacia los bosques que rodeaban a la aldea, y estaban convirtiéndose en una plaga. Cuando le preguntamos por ellos, se rió con ganas y nos llevó hasta una jaula en la que tenían apresadas a tres hembras: tres criaturas contrahechas, de extremidades deformadas, bajitas y de movimientos animales, que gruñían y bufaban ante nuestra presencia. Su aspecto era horrendo, y bien le valía el nombre de "trol", porque, en efecto, eran lo más parecido a un trol que podía sacarse de las historias de los bardos. Yo empecé a sonreír claramente, pero Astrid fue más atrevida al preguntar que por qué tenían a las tres hembras atrapadas en vez de matarlas, y entonces Snorri, orgulloso, nos contó que los hombres de la aldea disponían de ellas "cuando el hambre de mujer apretaba". Al ser conscientes de lo que nos estaba contando, nuestra sorpresa pasó a una expresión de repulsión absoluta, con una mezcla de miradas de asombro ante la locura de aquel pueblo de desviados deformes y malsanos. Ojalá algún día Thór los limpie de la faz de la tierra por sus pensamientos y sus costumbres... porque a mí se me revolvieron las tripas. Snorri, sin atender a nuestros sentimientos al respecto de tal situación, ante la que Astrid expresó vehementemente su deseo de matar a las desgraciadas criaturas en un sacrificio a los dioses en lugar de mantenerlas esclavizadas para sofocar los deseos fervorosos de los hombres de la aldea, nos preguntó si aceptábamos el trato de diezmar a los trols a cambio de un porte con precio más que justo. Nuestra tripulación, deseando salir de aquel lugar dejado de la mano de los dioses, dudó poco en aceptar, y nos pusimos en marcha. La guerra contra los trols estaba servida.

Junto con Snorri y algunos guerreros de la aldea, nos adentramos en los densos y silenciosos bosques. Poco a poco, mientras marchábamos por la espesura, fuimos viendo signos de presencia de los trols por doquier: marcas en los árboles, olores repugnantes, pisadas e incluso pequeñas construcciones de piedra, de no más de una pierna de altas, como signos de que aquel era su territorio. Y, en un momento en que estábamos desprevenidos, sin percatarnos (¡nunca aprenderemos, por Ódinn!)... NOS CAYÓ ENCIMA UNA HORDA DE ESAS INFAMES Y REPULSIVAS CRIATURAS. La batalla que se nos planteó fue tan cruda que muchos de nosotros salimos mal parados (no yo, por suerte para mis compañeros, porque de seguro tendría que recolocar varios huesos y suturar muchos cortes después de aquello). Tanta fue la crudeza del choque que, de los guerreros del poblado que no sucumbieron a su fiereza, los demás huyeron despavoridos, dejándonos solo con Snorri para contener el avance. A pesar de todo, y sin habernos apuntado una victoria (aunque Hálldor dio buena cuenta de muchos monstruos, haciendo que cada golpe de su hacha dejase atrás un cadáver), las criaturas retrocedieron al ver tal frente defensivo en nuestra actitud, y su duda nos permitió retroceder, llevándonos a nuestros heridos y esperando volver a la aldea para lamer nuestras heridas. Sin embargo, otra estúpida sorpresa nos aguardaba al llegar allí, y es que, en represalia por a saber qué estupidez de Snorri, la gente se estaba marchando, huyendo de los trols y de su azote al mismo tiempo, y en su huida habían matado sin piedad a la mujer y el hijo de Snorri. Astrid, iracunda por lo sucedido y mientras curábamos nuestras heridas, nos alentó a ejecutar a varios de los guerreros fugados por su crimen y a esclavizar al resto para venderlos al mejor postor, porque aquella muestra de traición había sido de lo más vil y ruin que nuestro orgullo vikingo podía tolerar.

Así, pasadas unas semanas en las que tuve que ocuparme de nuestros compañeros hasta verlos recuperados, continuamos nuestro viaje por tierra hasta poder llegar de nuevo al agua y continuar el camino hasta dos meses más tarde, en que llegamos a un punto del río donde nos vimos obligados a sortear una cadena de rápidos, para los cuales, graciosamente, los compañeros se plantearon (acertadamente, por supuesto) ponerme al mando del timón para superarlos. Y, en efecto, con bravo espíritu y sin temor al desafío, aunque nuestro barco quedó un poco maltrecho, pasamos uno a uno los más peligrosos de los obstáculos que el río nos ponía en el camino, mientras una risa de desprecio ante la fuerza de la naturaleza brotaba de mi garganta (huelga decir que más de uno de mis comprañeros empezaba a mirarme como si estuviera loco, porque aquello era, en efecto, una locura... y yo estaba dispuesto a capearla sin temor).

Por fin, en un recorrido más tranquilo del río, detuvimos el barco para intentar repararlo en una orilla, cuando una veintena de jinetes desde lo alto de una loma pelada se asomó y empezó a lanzarnos flechas desde una distancia imposible con sus arcos. Aquellos tipos de piel oscura y ojos rasgados, pequeños y canijos, sin embargo, eran capaces de alcanzarnos desde tan lejos sin dificultad, por lo que el godi se empeñó en decir que eran elfos oscuros de arcos mágicos, que no deseaban nuestra presencia en sus dominios. Por su parte, el navegante, haciendo caso omiso a las tonterías del sacerdote, nos explicó, mientras huíamos de ellos y volvíamos a el barco al agua (porque nuestra posición táctica nos obligaba a ello, a pesar de que yo deseaba abrirles el cráneo a hachazos), que se trataba de una tribu autóctona de hombres llamados "pechenegos", que a menudo eran contratados como mercenarios para atacar a los vikingos que recorrían el río y exterminarlos... ¡Qué simpáticos estos jinetes... y más aún los que los contrataban... cuando me encuentre a alguno de ellos, le voy a taladrar el pecho A PUÑALADAS!

Sin esperar mucho más para poder continuar el camino hasta un asentamiento, decidimos que, antes de nada, debíamos detenernos en algún lugar del río para reparar el barco, no tuviésemos que enfrentarnos a más dificultades sin siquiera un cascarón en el que flotar. Así, tras dos semanas de supervivencia, recolección de madera, cacería e inclemencias del tiempo, realizamos las oportunas chapuzas y continuamos navegando hasta la villa de Kyiv, conocida como "Propiedad de Ky", o vulgarmente "el Astillero", la cual, al parecer, fue fundada por un hombre llamado precisamente... "Ky". En aquel lugar de aspecto bastante cosmopolita, en el que había hombres de diversos lugares de todo Midgard, mientras decidíamos no perder el tiempo y aprovisionarnos para seguir nuestro camino (además de tomar algo de beber y comer con Snorri), vi a lo lejos una elegante y enjoyada estatua de Peplum, y entonces mi cabeza empezó a fraguar ideas sobre cómo llevarme su cabeza de plata maciza engarzada con bigotes de oro... Al mismo tiempo, mis compañeros se cruzaban con una mujer que intentaba pasar desapercibida, con ropajes exquisitos, huyendo de un par de tipos, la cual se desviaba hacia una calle más estrecha. Astrid, sin pensárselo dos veces y provocando que el resto la siguiésemos, fue detrás del trío, hasta que encontramos a uno de los dos tipos sujetando y abofeteando a la bella muchacha mientras el otro vigilaba. Cuando les ordenamos deponer su actitud, y se negaron, no tuvimos más remedio que "convencerlos" por las malas... con el filo de nuestras hachas y espadas... hasta que, convencidos ya, sangraban entre estertores de muerte en el suelo, con lo que aproveché para llevarme sus espadas y su dinero, compartiéndolo con mis allegados.

La muchacha decía llamarse "Elizbetha", y esos tipos "trataban de matarla". Cuando la sonsacamos debidamente, limpiando las armas y marchándonos de allí, nos contó que, en realidad, era la hija de un comerciante de la ciudad llamado "Jaroslav", el cual, hace unas semanas, en disputa con un comerciante rival llamado "Rubiker", lo mató en plena calle en el calor de una discusión. Cuando la familia de Rubiker llevó a las autoridades el caso, estas indicaron que no se iban a entrometer si, de la misma forma, alguien de los Rubiker lo mataba en plena calle, así que desde lo sucedido Jaroslav se encuentra encerrado en su casa, y es ella quien realiza todas las cuestiones familiares y de negocios fuera de la misma. Mientras los Rubiker contrataban matones para vigilar la ciudad por si Jaroslav salía, este, cansado de la situación, mandó a su hija a buscar viajantes y navegantes que estuvieran de paso para poder contratar sus servicios y sacar a su familia de la ciudad y establecerse libremente en otro lugar, fuera de las leyes de Kyiv. Elizbetha, desesperada y viendo cómo nos habíamos desenvuelto en la situación, nos pidió ayuda y quiso contratarnos, a lo que, al margen de preguntarle por mi parte si estaba soltera y buscaba marido (eh, eh, ¡la prosperidad de la familia es lo primero!), le dijimos que pensaríamos en nuestras opciones mientras la acompañábamos a su casa, escoltándola al ver que había otros cuatro matones en la puerta.

Luego nos marchamos a una posada para barajar las posibilidades. Se nos ocurrió permitir ser contratados como protección de los almacenes de Jaroslav y, aprovechando la situación, sacarlo con discreción de su casa y de la ciudad (mientras Snorri y yo nos poníamos a gusto comiendo y bebiendo a costa del dinero de los difuntos), hasta que, finalmente, decidimos que todas esas sutilezas eran para los hombres afeminados del sur, y que mejor nos encargaríamos del asunto de una forma más directa: acabar con los matones de la puerta y acompañar sin miramientos a la familia hasta nuestro barco, negociando un buen pago. Al fin y al cabo... no seríamos vikingos si no hiciésemos las cosas por derecho... ¿verdad? ¡¡SKÖL!!


CONTINUARÁ...








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