miércoles, 16 de enero de 2019

Crónica-rolato de El ojo perdido de Ódinn, campaña de Ricard Ibáñez para Walhalla (Skjaldborg). PARTE 1

Muy buenas, hijos e hijas del Norte, 

Miguel Ángel Villén, ese hermano de escudo que reside en las feraces campiñas de Corduba, ha comenzado a dirigir El ojo perdido de Ódinn (campaña presente en el suplemento Skjaldborg, obra de Ricard Ibáñez, como ya sabréis). Esto me llena de alegría, por supuesto, pero lo mejor de todo es que Miguel Lupino, uno de los jugadores de esta grandísima aventura, ha decidido marcarse unas crónicas-rolatos de la experiencia, y claro, cómo no íbamos a publicar tan buen material aquí, en el blog en el que solemos postear los miembros del Grupo Creativo Walhalla. Un lujazo.

Os dejo con la primera crónica-rolato, que espero que os guste, y al final os cuelgo también algunas foticos de la partida.

ATENCIÓN: Sobra decir que, si tenéis en mente disfrutar como jugadores alguna vez de El ojo perdido de Ódinn, os abstengáis de leer nada de lo que a continuación se narra (ni de sus posteriores entregas), so pena de destriparos todo el excitante argumento de esta memorable campaña.

¡Nos leemos!



El ojo perdido de Ódinn
Parte primera


Soy Asgi Flakison.
Un superviviente.

Cazo para vivir, curo a mis semejantes para que mi familia no pierda su fuerza como clan, y río con ganas ante la adversidad para mantener la moral alta... porque ahora es más necesaria que nunca.

El norte nos convocó.
Los clanes nos reunimos para viajar y saquear, disfrutando de la aventura, y Anglia nos plant su batalla, nos dio la victoria, nos reveló sus tesoros, llenó nuestra panza con sus alimentos y sació nuestro amor con sus mujeres, y entonces festejamos nuestro éxito. Pero un sacerdote del Dios Crucificado decidió que, lo que los hombres no pudieron defender, su dios lo vengaría.
Así, a pesar de morir empalado por nuestras flechas contra la cruz de su altar, lanzó sus venenosas palabras de pesarosos augurios contra nuestros semejantes y nuestras tierras. Y el mundo cambió para nosotros. 

Perdimos batallas, nuestros barcos naufragaron al volver, el clima nos azotó asolando nuestra fuerza, y e incluso entre los escasos compañeros que volvimos reinó el sino más cruel, muriendo unos tras otros hasta que ahora no más de quince de casi 300 vikingos noruegos y daneses seguimos con vida, temiendo el destino.

¿Por qué Odinn no nos protegía del Dios Crucificado en nuestra tierra?

Desde los últimos días de nuestro padecimiento, a menudo me reúno con el piloto de nuestra nave superviviente, Egil Teitsson, junto con uno de los brazos fuertes de nuestros combates, la doncella guerrera Astrid Aridotter, y siempre acompañado de mi fiel hermano de leche, ladronzuelo y pillastre, pero querido hasta el Helheim, Ketill Jokullsson. Charlando entre nosotros, aunque afectados por todo lo que nos ocurría (nos encontrábamos en la última festividad de la villa que acogía nuestro pesar y nuestro fracaso), decidimos hablar con varios godar de confianza justo después de realizar el sacrificio apropiado a Ódinn, y los sacerdotes nos indicaron que la mejor forma de conocer el designio de los dioses para protegernos de la maldición pasaba porque el propio Ódinn nos juzgara dignos a través de una purificación y, tras ello, "encontrar su palabra" para guiarnos hacia un objetivo que nos apartase de nuestros males. Así, en la congregación de la Casa Sagrada, durante tres días la cerveza fue el exclusivo alimento que expulsó los tapujos de nuestra mente para regocijarnos en el fruto de la tierra y comulgar con nuestras emociones más profundas, tras los cuales, después de purificarnos con el sudor y el aroma de humo de hierbas que sensibilizase nuestras mentes para llegar a escuchar la voz de Ódinn, pasamos por el enterramiento de los vivos en el que, durante otros tres días, yaceríamos rodeados por nuestros ancestros en una cripta preparada y cerrada para que nada pudiese perturbar el silencio necesario del suelo sagrado que ponía en comunión la tierra de los vivos con el poder de los dioses. Pues bien: allí fuimos tocados por la voz del Señor de las Runas, el Padre de Todo. Al ser rescatados de los brazos de la muerte ritual y llevados a renovar nuestros sufridos cuerpos con higiene y un festín, fuimos conscientes de que algunos de nosotros habíamos sido dignos de escuchar la voz del Padre de los dioses.

Ódinn había hablado.

Desgraciadamente, algunos como el taciturno Egil fueron incapaces de comprender su significado, mientras los más afortunados, como Astrid, mi hermano y yo, entre otros de los supervivientes del fracasado saqueo, supimos de la voluntad del Señor de Ásgard. Sin embargo, mi preocupación en esta coyuntura se dio al escuchar a nuestra compañera informar de que todo aquello le parecía orquestado por manos humanas más que por la voluntad divina, como una forma de empujarnos hacia un objetivo concreto, lo que no le parecía lo más apropiado para resolver nuestra maldición. A pesar de todo, innegable era la situación que planteaba el hecho de que nuestro encierro era a puerta cerrada, por lo que nuestra fe no necesitaba ser puesta a prueba, sino solo nuestra resolución. De esta forma fue como Ódinn puso en nuestro conocimiento su voluntad, que compartiríamos con nuestros sacerdotes para interpretar sus palabras, de esta guisa:

"Sois dignos de mi atención y dignos de mi protección. Pero para que mi poder sea completo, he decidido recuperar el ojo que Mímir me exigió para obtener mis conocimientos en el Yggdrasil, y así obtener la fuerza que proteja a mi pueblo del Dios Crucificado. Viajad hasta la Fuente de Mímir, y traed mi Ojo. Solo así la furia del Dios Crucificado dejará de asolar a mis hijos".

De estas palabras, los hombres sabios solo supieron decirnos (a pesar de sus investigaciones, y de las nuestras) que la Fuente de Mímir se hallaba en el Bosque Oscuro, en la frontera entre Midgard y Múspellsheim, la tierra de los gigantes de fuego. No importó cuánto preguntamos: nadie supo cómo llegar hasta allí.

Pero los hados no parecían habernos dejado en el olvido, pues dos días después de nuestra visión, se presentó en la celebración sagrada un skáld que, habiendo sabido de nuestro pesar, conocía por suerte el camino hacia la Fuente de Mímir una vez le explicaron las recientes noticias de los dioses. Dicha senda atravesaba el Báltico desde Noruega, rodeando hacia el sur las tierras del este por detrás del reino de los Rus, y después continuando hasta el oeste por tierras ignotas, siempre en drakar, pero por ruta fluvial o ribereña, hasta nuestro destino. Su única petición si nos entregaba la ruta era viajar con nosotros y poder contar nuestra saga. Y la respuesta positiva a su solicitud fue bastante evidente, porque nuestro futuro dependía del mapa y la ruta de aquel hombre.

Así que aquí me encuentro ahora yo, Asgi, disponiendo todo para mi partida y enviando un mensaje a la mujer que deseo sea mi esposa para que conozca mis planes y sepa de mi ausencia por salvar a nuestro pueblo del desastre, además de tratar de razonar con Astrid de que, en cualquier caso, quizás con este viaje y dejando a un lado nuestros miedos y pesares, nuestro futuro cambie para mejor.

¡Y que los cobardes abrazados por el temor sean arrastrados hasta sus cenizas por Ódinn hasta el Helheim!



CONTINUARÁ...









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