miércoles, 21 de junio de 2017

Star Wars Hitos: La Semilla de la Insurrección, el rolato (3 de 4)




(Puedes leer la primera parte de este rolato aquí, y la segunda aquí)


Capítulo III · La caída del “Amenazador”

(con la aparición estelar de Antonio Pérez como Birka)

No había tiempo que perder: Kara hizo que la Star Wanderer atravesara el campo de radiación a la mayor velocidad posible, esquivando los salientes silíceos de la profunda grieta en la que se introducían con auténtica habilidad. Por fin posaron la nave en Nerbuna y acudieron al salón del trono de Keshani escoltados por multitud de alienígenas insectoides expectantes, llevando a Gherkus con ellos, convenientemente amordazado.


Keshani les esperaba ansiosa: nada maś verlos les apartó de un manotazo, asió al comandante imperial con una mano y lo levantó del suelo. Se dio la vuelta entre risotadas que retumbaron en los túneles cercanos y entonces dio la orden a sus secuaces de acabar con nuestros héroes mientras se dirigía hacia un lugar más apartado para disfrutar de su venganza. Kara se encaró con ella y le instó a cumplir su trato, a lo que Keshani respondió que “la Señora de las Arenas Imperecederas” tomaba lo que quería cuando quería, lo cual no pareció gustarle a Helo, que respondió con un rápido movimiento de su sable de luz: Keshani bramó cuando su gigantesca mano derecha cayó al suelo, la herida ya cauterizada.

Se organizó al instante un combate fragoroso en el que nuestros héroes eligieron a Keshani como principal objetivo a abatir. Aunque se defendió con vehemencia, cayó muerta en breve, y sus secuaces huyeron despavoridos por los túneles en todas direcciones, incluido Klun-Hi-Loar, su principal esbirro, del que no volvieron a tener noticias. Se apresuraron a liberar a Birka y a Ardo, que habían observado la escena desde la pared del fondo, a la que estaban sujetos de pies y manos. Asimismo recogieron a Gherkus del suelo, que, aterrorizado, los siguió hasta la nave en un trayecto que realizaron observados por cientos de criaturas hostiles que sin embargo no se atrevían a atacar.

Salieron a toda velocidad hacia el asteroide colonizado con la intención de localizar a Gormo, su gobernante, para obtener algún tipo de pista, según las indicaciones de Birka. La agente había sido apresada por el esbirro de Keshani justo cuando iba a infiltrarse en la morada de Gormo para continuar tras la pista de una misteriosa figura que parecía tener que ver con esa nueva droga imperial que convierte a los que se exponen a ella en sicarios del Emperador.

La guarida de Gormo era fácilmente identificable: la casucha más grande del espaciopuerto, con solo dos plantas, hecha casi en su totalidad de metal, adornada (si se puede decir así) con toldos de tela gruesa que pendían de una especie de mástiles, a modo de vestíbulo. Y justo en la entrada, una reja firme custodiada por un par de gamorreanos de aspecto amenazador. Pero no fue demasiado difícil convencerles de que les dejasen pasar para parlamentar con el gran Gormo: la excusa de los negocios fue suficiente. El ambiente en el interior era sofocante: la penumbra, casi oscuridad, solo perforada por la luz que se filtraba por escasos agujeros en el fuselaje de la estancia, permitía percatarse de que se encontraban rodeados de un número considerable de gamorreanos decentemente armados. También se encontraban entre ellos algunas féminas, sobre todo humanas, aunque también había alienígenas humanoides y otras no tanto, que vestían ligeras túnicas que dejaban entrever sus encantos incluso en la parcial oscuridad. En seguida notaron que no se les permitía hablar, siquiera entre ellas.

Subieron a la segunda planta, en la que encontraron, en una habitación de menor tamaño, una criatura enorme con forma de gusano, escoltada por un par de guardias gamorreanos más. El ser rezumaba fluidos, y sobre ella saltaba ocasionalmente otra figura diminuta en comparación, que se asemejaba a lo que los humanos llaman “duende”, pero escuchimizado y desgarbado. Le faltó tiempo a Eencro, el rodiano, para percatarse de que Gormo debía ser éste último engendro, y no el primero, y le habló directamente, lo cual estremeció al líder mafioso de poca monta, que se opuso a colaborar cuando se le solicitó. Fue entonces cuando Kara tomó la iniciativa, habida cuenta de sus anteriores éxitos a la hora de tratar con extraños y lograr su cooperación, pero Gormo se rió del hecho de que permitieran hablar a la mujer que les acompañaba y, sin mirarle siquiera a la cara, le respondió que no debía volver a abrir la boca. Por poco no pudieron el resto de nuestros héroes sujetar a Kara cuando se lanzó a por Gormo, que brincó fuera de su alcance contrariado. Gormo solo accedió a colaborar cuando hicieron mención directa de la extraña figura que Birka persiguiera hasta este lugar en el que se encontraban. Estaba aterrorizado de que pudiera volver, pues al parecer portaba un arma terrible con la que lo había amenazado cuando le extorsionó (cosa que hacían todos los oficiales imperiales... por qué no iba a hacerlo él, que disfrutaba de un rango similar). Se trataba de un rayo portátil de carbonita cuyos efectos, a diferencia de la carbonita convencional, eran irreversibles: el que cayera congelado mediante este arma quedaría vivo pero inactivo por toda la eternidad, sin posibilidad de volver a la vida pero tampoco capaz de acabar de morir. El bicho, pues poco más era Gormo, se estremeció al relatar esto mismo, y les proporcionó la información que buscaban: se trataba ni más ni menos que de “número ocho”, un oscuro general imperial que había preguntado por Keshani hacía poco y que acto seguido había, según sus informadores, comenzado a liderar el ataque militar abierto a Corellia desde su destructor imperial Amenazador.

Nuestros héroes abandonaron a toda velocidad este lugar deplorable mientras intentaban digerir toda esta información y pusieron rumbo a Duros, donde Breeto puso a su disposición las instalaciones de los astilleros sobre las que aún tenía control la resistencia. Un intenso trabajo de coordinación técnico por parte de Kara concluyó con las siguientes mejoras para la Star Wanderer, que dejaron a todos boquiabiertos: se le instaló una nueva torreta (contando ahora con tres de ellas), se mejoró aún más el blindaje, se eliminaron los códigos de identificación de la nave, que fueron sustituidos por unos nuevos (lo que viene siendo una rematriculación) y por último, se instaló un tanque bacta plenamente funcional en la bodega. Esta nave, llamada a convertirse en legendaria, incorporaba a partir de ahora la mejor tecnología de Corellia y de Duros: ¡no había una nave igual en toda la galaxia!

Breeto puso también a su disposición una lanzadera Lambda con el objetivo de acercarse más fácilmente al destructor gobernado por “nº 8”, para lo cual abandonaron a la Star Wanderer en Duros temporalmente. Trazaron el siguiente plan: se infiltrarían en el destructor (para lo cual robaron unas armaduras de soldados de asalto) con la excusa de llevar ante el general “nº 8” a una “prisionera” de máxima importancia: Birka, que se dejó esposar para tal fin. Para ello pusieron rumbo a Corellia, sin dejar de pasar antes por Silfegra, donde se había montado la nueva base principal de la incipiente Rebelión: allí Deros les dio la bienvenida y les felicitó por la entrega de Gherkus, el comandante imperial, que quedó a su recaudo. Se percataron de que la Rebelión iba tomando forma, tanto por una mejor organización militar como por el hecho de que numerosas naves de otros sistemas llegaban para unirse al movimiento insurgente.

Llegaron lo antes posible a Corellia. Al saltar del hiperespacio aparecieron en medio de una batalla estelar a gran escala que libraban las fuerzas imperiales atacantes con la armada Corelliana. Se apresuraron a localizar el destructor Amenazador y, tras emitir los códigos que les fueron requeridos, atracaron en su interior como si nada. Ahogaron su natural nerviosismo y comunicaron al cabo encargado de la plataforma de atraque su especial cometido. Le convencieron con facilidad, y este les guió hasta el puente de mando, donde se encontraba “nº 8” dirigiendo el ataque desde la plataforma central de la diáfana estancia, que por otro lado se encontraba atestada de oficiales y soldados en ambas alturas: la inferior, en la que “nº 8” se hallaba también, y la superior, donde, tras unas barandillas, numerosos efectivos se afanaban en llevar a cabo las órdenes de la siniestra figura, que por el momento les daba la espalda.

Se trataba de un humanoide de tamaño considerable, más que fornido, de movimientos extrañamente mecánicos, y con la cabeza cubierta por una especie de capucha oscura, y esta a su vez sobre un casco que alguna vez pudo haber sido parte de una armadura mandaloriana y que le cubría por completo la cara. Se dio la vuelta de un modo antinatural y avanzó hacia nuestros protagonistas. Con voz neutra, áspera y mecanizada les pidió que se retiraran y añadió que a partir de este momento la prisionera estaba a su cargo. Agarró a Birka con fuerza y comenzó a llevársela a otro lugar. Esto precipitó la sucesión de eventos que tuvieron lugar: los héroes abrieron fuego sin pensárselo sobre el general, que hincó rodilla en el suelo y tuvo que soltar a Birka debido a la sorpresa, pero apenas sufrió daños. Algunos soldados contraatacaron, pero nuestros héroes los despacharon con facilidad y combatieron ferozmente contra “nº 8”, que resultó ser un oponente terrible. Sin embargo, nuestros protagonistas aprovecharon la distracción causada por la colisión de un caza corelliano que se estrelló contra el puente de mando tras ser derribado por los turbolásers del destructor para incapacitarle gracias a un prodigioso disparo de Eencro, nuestro elegante rodiano, que, además de dejarle fuera de combate, le retiró el casco con el impacto. Al contemplar el rostro de este ser biomecanoide, Hagg palideció, pues se trataba de su hermano, a quien creía muerto hace tiempo: Jeff.

Acabaron con sus enemigos con celeridad e introdujeron el cuerpo de Jeff (“nº 8”) en un arcón de transporte, olvidando tras ellos el prototipo de pistola de carbonita portátil. Tras plantar numerosos detonadores térmicos en lugares estratégicos del puente de mando y de la descomunal nave, alcanzaron sigilosamente la lanzadera y se dieron a la fuga. Saltaron al hiperespacio hacia la base rebelde de Silfegra. La visión del destructor imperial Amenazador saltando en pedazos entre explosiones sordas hizo brotar gritos de euforia entre los corellianos. Todos se congratularon de su grandiosa hazaña: nunca antes había caído un destructor imperial de semejante manera. Tras inmovilizar a lo que quedaba de Jeff en la bodega, emplearon a T7, el androide de Helo, para obtener una jugosa información de su trofeo cautivo: Jeff había sido transformado en el proyecto “nº 8” en el mismo centro de investigación secreto en que se había fabricado la temible pistola de carbonita, y donde también se había generado la droga que anulaba la voluntad del que la tomara. La base secreta tenía el nombre en código de “Invernadero”, y se encontraba en algún lugar de Taldaria, la luna principal del planeta volcánico Kharpeas.

Todos abandonaron la bodega para descansar antes de presentarse ante Deros. Todos menos Hagg, que llevó a cabo un último intento para discernir si aún quedaba algo de Jeff en los circuitos de “nº 8”: continuó preguntándole con lágrimas en los ojos si estaba aún allí, mientras se acercaba cada vez más. Cuando estuvo tan cerca como para comprobar que incluso el iris de su hermano estaba compuesto por nanofilamentos artificiales, le disparó en la cabeza. Segundos después Kara notó el aviso en el panel de control: alguien había abierto la compuerta de la bodega, al menos durante unos instantes. El cuerpo de “nº 8” se precipitó a la inmensidad del vacío del espacio, en una rotación perpetua. Hagg volvió con los suyos. No dijo una palabra durante el resto del trayecto. Solo podía pensar en que su venganza acababa de comenzar…

Acabará...

2 comentarios:

  1. Esta partida fue especialmente cachonda y la recuerdo con mucho cariño. ¡Éramos ocho en la mesa ni más ni menos!

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  2. Fue alucinante, yo también la recuerdo con mucho cariño.

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