Crónica
de ULTIMA FORSAN
Érase
una vez en Lucca
ENTREGA CUARTA · Vi
18/01/18
Dirigida
por Eduardo Rodríguez Herrera
Rolato
por Antonio Lozano Lubián
Elenco:
- Kaamla Escalione (odalisca roja). Pura. Interpretada por Jesús
- Farah Alany (odalisca roja). Pura. Interpretada por Patricia
- Jacques de La Rochelle (médico de la plaga). Interpretado por Antonio
- Ricciardo de Bacci, cazador de muertos. Puro. Italiano. Interpretado por Philippe (anteriormente Rodrigo).
- Jean Paul La Roche, Paladín del Sacro Imperio. Puro. Sacro Imperio Romano-Franco. Interpretado por Jesús
- Flor Escalione alias “La Mariposa”, Odalisca roja. Pura. Granadina. Interpretada por Patricia
- Bianka Farkas, Noble. Infectada. Húngara. Interpretada por Antonio
- Bartolomeo di Benedetto, inventor. Puro. Florentino. Interpretado por Philippe.
Las
llamas. Cada vez se avivan más. Los cuerpos inertes caen uno tras
otro sobre ellas, frente a los espectadores cariacontecidos que
guardan silencio ante el crepitar. Todos los vecinos de Lucca,
incluidos los viejos y los niños, se arman como buenamente pueden.
Los médicos de la plaga atienden a los heridos sin poder dar abasto.
Nadie se atreve a beber el agua de los pozos. Los guardias y los
mandatarios observan en tensa calma desde los adarves cómo las
huestes de los muertos permanecen apostados a apenas quinientos
metros de las maltrechas murallas. En reposo absoluto. Inertes como
la efigie de una tumba. A la espera de una orden psíquica que los
reavivará y los lanzará en busca de nuestra sangre y la
aniquilación de la ciudad.
Nicolo
Maquiavelo, señor de Florencia, llama a audiencia a Bartolomeo, su
inventor, durante la tarde posterior al día de la batalla. Le
informa de Guernardo, el monje, ha muerto. Le dice que mandó a las
“bandas grises” a solicitar ayuda a Florencia, pero que aún no
han vuelto, y está grandemente preocupado. Le encomienda ir a hablar
con el Podestá para formar parte de una expedición que deberá
pasar desapercibida, y cuyo objetivo es pedir ayuda a los feudos
cercanos. Deberán caminar a buen paso durante unas quince horas
aproximadamente, para lo cual le aconseja pertrecharse bien, pero sin
excederse en cuanto al peso. Una rápida visita a la armería y a la
intendencia le permite hacerse con una linterna, más flechas, velas,
una honda y un casquito de cuero con unas gafas incorporadas: junto
con las que tiene la ballesta, ya son por lo menos cuatro o cinco
lentes diferentes las que oscilan alrededor del sonriente inventor
barbudo.
Mientras
tanto, Soraya se reúne con sus odaliscas: Farah, Kaamla y Flor, en
un pequeño salón coloreado con los tintes pardos de la luz
vespertina filtrada por las celosías de madera. Les informa de que
el Concilio ha decidido enviar una segunda partida para pedir auxilio
a Florencia. Añade que el Podestá conoce una forma de salir
subrepticiamente de la ciudad a tal efecto. Flor protesta: antes
deberían salir los niños y las personas mayores. Kaamla disiente:
aceptará de buen grado la responsabilidad de buscar ayuda para
salvar la ciudad. Flor cree, y así lo hace ver, haciendo gala de su
habitual vehemencia, que puede que Florencia haya recibido noticia,
pero no quiera enviar a nadie, pues se deben estar preparando para su
propio asedio. Soraya opina que esta es una apuesta que debe
realizarse, y por eso ha prometido al Podestá la ayuda de dos
odaliscas. Soraya especifica que no lo pide directamente, pero
solicita voluntarias. Kaamla da un paso adelante sin pensárselo, y
Flor la secunda: nunca se perdonaría que le ocurriese algo a su
hermana. Ni a Fiorella, cosa que le recuerda a Soraya, que asiente
con un matiz de cariño en la mirada.
Bianka
y su hermano Domenic conversan en voz baja en sus aposentos. Domenic
le transmite a Bianka que el Podestá pretende enviar a un grupo a
buscar ayuda a Florencia: es precisa la ayuda del ejército de las
bandas grises. Pero duda de que esto sea algo en lo que deban
inmiscuirse. Le pide su opinión a su hermana, y añade que ya hay
delegaciones que han ofrecido sus servicios. Bianka responde que esta
es probablemente la última esperanza de la ciudad, pues tienen todas
las de perder. Tras un pequeño debate decide unirse, sobre todo
porque se siente en deuda con los que ya bien podría llamar
“amigos”, si bien no opina lo mismo de sus mandatarios. Domenic
añade que según el Podestá, hay una forma de salir de la ciudad de
modo subrepticio, lo cual podría ser una información que nos
conveniera tener. Bianka promete dejar escondido un mapa de la salida
secreta en el pozo que hay más cerca de la fortaleza Augusta.
Domenic le pide que tenga cuidado. Bianka se hace con una daga y la
esconde en la bota mientras le responde: “por supuesto, pero
prométeme que tú también” sin mirarle directamente.
El
Podestá Forteguerra preside la reunión en el gran salón. Flor y
Bianka se saludan con toda la efusividad de la que puede hacer gala
la húngara. Flor hace las presentaciones: Kaamla y Bartolomeo
completan el grupo. El inventor lleva una mochila enorme repleta de
cachibaches que no dejan de emitir ruiditos.
El
podestá protesta un poco por el aspecto de los voluntarios, y se
pregunta dónde están los paladines. Les pide que le acompañen y
les dice que les enseñará cómo salir de Lucca. Les lleva a las
catacumbas, y abre una pesada puerta de metal tras juguetear con un
manojo de grandes llaves de hierro. El hedor que se desboca por la
puerta anuncia que nos dirigimos a las cloacas. Hay unas rejas en el
suelo, cuyo candado abre con las mismas llaves. Nos ordena descender,
luego 45 pasos hacia adelante. Bartolomeo toma notas. Si contáis
bien, encontraréis que el muro de la derecha es falso: un golpe no
muy fuerte debería hacerlo caer. Bianka se enfrenta al Podestá, que
finaliza la conversación diciendo que somos la esperanza y en
nosotros confía. Tras 2 km, saldremos fuera del asedio. Kaamla
pregunta por el tipo de salida, y el podestá le da una llave para el
candado de la reja que encontraremos al final. Nos pide que cerremos
al salir. Caída en la ladera de la montaña, cuidado al descender.
No más de 30 metros de caída. Estaremos al Norte, debemos ir al
Este. Bianka lleva a cabo la “entrega” del mapa, y se apresura
para darles el encuentro. Añade que necesitarán las llaves del
Podestá. Este espera para cerrar.
El
grupo (salvo Bianka, que les dará el encuentro más tarde), se
interna en un oscuro pasillo de un metro de ancho, con agua hasta las
rodillas, repleta de heces. El hedor es nauseabundo. Flor se descalza
sus babuchas de seda y hunde los pies en el cieno mugriento que se
intuye bajo la mezcla de agua, detritus y orín. Entretenidos en
contar los pasos, Bianka procede a darles alcance tras hablar de
nuevo con el podestá Forteguerra, que cierra la reja tras la
húngara. Les alcanza justo cuando discuten si este es el lugar
adecuado o no para derribar el muro. Bartolomeo pega un par de
palazos al muro, en el lugar que le marcan las odaliscas. Tras un par
de golpes mañosos y certeros, logra hacer palanca entre dos
ladrillos y derriba parte del muro. Ante ellos: oscuridad, frío y
pestilencia. Automáticamente, las odaliscas perciben un chapoteo y
el resplandor de dos ojos que se hunden en el agua. Cunde la alarma y
Kaamla termina de derribar el falso muro. Entramos atropelladamente
en una gruta excavada, de la misma altura escasa, pero algo más
ancho. Bartolomeo ilumina la estancia con su linterna.
Varias
ratas gigantes y sin pelo se abalanzan tras nosotros, algunas de
ellas corriendo por las paredes. Comenzamos a huir de ellas lo más
rápido posible por el corredor, agolpándonos, pues solo caben dos a
la vez debido a su estrechez.
Bartolomeo
pone en funcionamiento un motor que impulsa sus piernas
mecánicamente. Kaamla y Flor se ponen en cabeza. Bianka aparta a
Kaamla y ocupa su lugar. Bartolomeo se pone a la altura del grupo
gracias a sus botas mecánicas que levantan la mugre tras de sí.
Flor adelanta. Las ratas se acercan peligrosamente. Bianka aprieta el
paso y se pone en cabeza. Pero le entra un vahío y se estanca.
Seguimos hacia la oscuridad. Kaamla intenta apartar a Bianka pero
esta la rechaza. Nos distanciamos de las alimañas, pero estas
aceleran y se abalanzan sobre Kaamla y Bartolomeo, pero no consiguen
morderles y son lanzadas a las paredes a manotazos. Flor y Bianka
avanzan mientras tanto, y Kaamla se les une. Bartolomeo pega un
acelerón y empuja a Bianka, pero esta le impide el paso al grito de
“¡quita, viejo loco!”. Flor alcanza la puerta cerrada, pero la
llave la tiene Kaamla. Las ratas se quedan atrás. Kaamla se acerca a
Flor y saca la llave. Bianka se pone a la altura de Kaamla jadeando.
Bartolomeo sale escopetado como un cohete y se queda justo detrás de
Kaamla. Las ratas se abalanzan sobre ellos pero se atropellan unas
con otras y no aciertan a morder a ninguno. Kaamla le da la llave e
Flor, que hace gala de una impresionante sangre fría y abre el
candado de la recia reja con increíble facilidad. Justo después hay
una caida de veinte metros, tras una especie de alféizar natural de
un metro más o menos de profundidad y unos seis metros de ancho.
Flor queda aguantando la reja, lista para cerrarla tras el paso del
último de los héroes. Bianka sale a toda velocidad y se pega al
exterior de la montaña. Bartolomeo se queda a las puertas. Las ratas
se acercan al anciano inventor. Kaamla consigue escapar. Bianka se
dispone a agarrar a Bartolomeo de la ropa para sacarlo en peso. Las
ratas acosan al inventor, Flor se prepara para cerrar la puerta y
apremia al simpático vejete, que por fin sale del túnel. Flor
cierra la reja con un sonoro golpe y las ratas se agolpan contra la
reja, sacando el morro y las garras por los pequeños orificios.
El
grupo está ahora al borde de un precipicio, literalmente, de roca
blanquecina. Los últimos rayos de sol a nuestra izquierda. A diez
metros hacia abajo, la copa de los árboles. Tras otros diez metros
se encuentra el suelo. Decidimos bajar. Bartolomeo dispone una línea
de cuerda e idea una polea que sirva de ayuda. Kaamla le asiste en la
tarea. Tras un trabajo concienzudo, logra un dispositivo de gran
calidad. Él mismo lo prueba y desciende sin problema ninguno. Kaamla
hace lo propio. Flor también. De no ser por el invento se
habrían encontrado con una caída. Bianka trastabilla pero se
estabiliza en el último momento, y por fin todos están en suelo
firme. Bartolomeo recupera la cuerda y comienzan a avanzar campo a
través a paso rápido.
Están
en un bosque cerrado. Descendemos de la colina y la vegetación
espesa da lugar a un yermo abierto. Cae la noche, y con ella el frío
silencio. Las odaliscas se cubren con las capas. Detectamos un cuerpo
que yace ante nosotros. Al acercarnos vemos que ya está decapitado.
Hay varios más detrás. Flor los reconoce: son los infectados
exiliados. Bartolomeo se percata que quien ha cortado sus cabezas lo
ha hecho con una espada de calidad. Hay hombres, mujeres... y también
algunos integrantes de la progenie. Algunos cadáveres tienen encima
aún algunas posesiones: una daga, algunos florines...
Proseguimos
la marcha, y más adelante, ya con la luna bien alta, tras nubes
deshilachadas, localizamos a una figura que camina de forma
desgarbada. Bartolomeo le llama. Se detiene y se gira lentamente.
Bartolomeo le apunta con la ballesta, pero no se trata de un hijo de
la progenie, sino de un infectado malherido, que, con el brazo
sangrando profusamente, solicita “ayuda, por dios”. La camisa
empapada de sangre y atramento, el brazo prácticamente colgando de
un jirón de carne. Flor le pregunta por el ataque. Aunque responde,
se desmaya enseguida. Bianka le corta el brazo con la espada.
Bartolomeo intenta cauterizar la herida pero no lo consigue. Intenta
matarlo de un palazo y Bianka le cauteriza la herida tras dos
intentos. El grupo sigue hacia adelante, salvo Bianka, que lleva a
rastras al infectado herido, y localiza un árbol con una rama gruesa
y baja donde poder dejarlo algo más seguro, asegurándolo con una
liana para que no caiga, pero de modo que pueda liberarse con
facilidad al despertar. En ese momento detecta que el infectado lleva
el tatuaje de la secta de la rueda en la espalda. Decide reservarse
esa información para sí misma de momento... Alcanza al resto del
grupo gracias a una corta carrera.
De
madrugada, cuando piensan en descansar, nos topamos con el río Arno,
que no tiene fama de caudaloso, pero que habrán de cruzar
obligatoriamente para continuar su camino. Bartolomeo cree reconocer
vagamente la zona e intenta localizar un vado que cruzó en otra
ocasión, pero no lo logra. Kaamla pretende algo parecido, pero no
identifica ninguna forma de pasar a la otra orilla.
Intentamos
buscar otra forma de pasar. No hay. Decidimos descansar dos horas sin
hacer guardia, estableciendo un perímetro (colocando ganzúas y un
cuchillo a modo de chivato en unas cuerdas) y luego vadear el río
cogidos de los brazos, en cadena.
Nos
cuesta dormir por la tensión. Entramos en duermevela. Al final
comenzamos a dormitar. Flor escucha claramente gruñidos y el
traqueteo que generan unas ruedas de carro sobre las piedras. Parece
que se aproximan desde río arriba, por la misma ribera. Flor se
acerca al río, se agarran todos de los brazos. Bartolomeo protesta
entre susurros argumentando que no sabe nadar. La orilla está llena
de piedras, el agua intensamente fría, y comenzamos a cruzar. Con el
agua ya a la altura del pecho, miramos hacia atrás y vemos el carro,
a veinte metros, tirado por un ser horrible, producto de unir varios
torsos como si fuera un ciempiés humano, que persigue a un humano
que utilizan a modo de “zanahoria” para que avance. El carro lo
guía un conductor encapuchado. Detrás, tira de una jaula; dentro de
ella hay una quimera, una abominación: un ser que fue humano, y que
ahora parece más un arácnido, ya que le han injertado miembros.
Cuando pasan cerca y parece que giran la cabeza hacia nosotros, el
grupo se sumerge para evitar ser vistos. Parece que Bianka no va a
resistir, pero, tras dejar escapar una bocanada de aire y generar
unas pequeñas burbujas, aguanta debajo del agua. Retornan a la
superficie justo cuando ya ha pasado de largo la grotesca comitiva.
Continúan
hacia la otra orilla, pero Kaamla y Bartolomeo pierden pie, pero Flor
saca fuerzas de flaqueza y consigue que ninguno se desligue de la
cadena. Por fin llegamos a la otra orilla.
Comienzan
a correr para acortar la distancia y también para mitigar la
sensación de gelidez que nos empapa. Al amanecer divisan las
murallas de Florencia.
DE
VUELTA EN LUCCA, ALGUNAS HORAS MÁS TARDE...
Las
huestes de la progenie han mantenido las posiciones, totalmente
inmóviles durante un día. Al caer la tarde, comienzan todos sus
efectivos una oleada exactamente sincronizados. Los esqueléticos
avanzan a toda velocidad hacia la ciudad. Las catapultas vuelven a
escupir bolsas de furias e incluso hecatónquiros, envueltos en
llamas. La batalla dentro de la ciudad es más cruenta aún si cabe.
Las carcasas se agolpan contra las murallas: chocan contra ellas,
estallando y agolpándose unas sobre otras, hasta que revientan los
muros. Una imponente marea de muertos sedientos de sangre irrumpe por
fin en Lucca.
Farah
comienza la siega de muertos. Jean Paul se enfrenta a una avalancha,
con el brazo mecánico destroza a unos y con la espada rebana a
otros. Ricciardo dispara una ráfaga de cañón desde los adarves.
Jacques se desvela como un auténtico experto en el uso del sable.
Soraya
comanda una refriega y Lucca resiste una oleada: las fuerzas de la
progenie son rechazadas tras una hora de combate, pero vuelven a la
carga.
Jean
Paul es aturdido. Jacques continúa eliminando enemigos con su sable.
Ricciardo apunta a una avenida para taponar la entrada: la arriesgada
maniobra resulta en un éxito. Farah y las odaliscas: hacen oscilar
sus sables como en un baile en un escenario dantesco, vestidos de
gasa roja, la sangre surca el aire e inunda el pavimento. Una décima
parte del ejército de huesos cae. Los vítores anegan el aire.
Las
quimeras sobrevuelan Lucca y arrasan por donde pasan. Farah y sus
odaliscas no consiguen impactar, pero sin quererlo, esquivan a un
destacamento completo. Ricciardo ordena cargar los cañones con balas
con cadenas, que destrozan al enemigo causando un daño tremendo
(jaulas y quimeras). Jean Paul y sus paladines hacen volar trozos de
muertos vivientes por los aire. Jacques y los suyos hacen lo propio.
Isabel
de Aquitania envía refuerzos de bolsas de gas para lanzarlas a la
progenie y ahogar a los invasores. Pero no es suficiente, y la mitad
de las fuerzas de Lucca perecen.
De
pronto, miles de caballeros fiorentinos, encabezados por un
estandarte gris, aparecen con un estruendo formidable y arrasan a
parte de las tropas invasoras. La inyección de moral parece un
hálito divino. Junto a ellos, los otros héroes, que se dan cuenta
de que hay dos figuras de la progenie a caballo observando la batalla
desde una posición privilegiada. Claramente son los tiranos,
comandantes del ejército de huesos. Los héroes van a por ellos. Al
acercarse observan cómo esa figura humanoide, de ojos rojos, montado
sobre una “pesadilla” (un caballo poseído por la plaga), tiene
unas protuberancias de hueso en la cabeza que se asemejan a una
corona ósea. Y el otro tiene aspecto de romano y parece que no
estuviera muerto.
Bianka
se aproxima a toda velocidad con la intención de decapitar al primer
tirano, pero falla al verla venir de lejos el comandante. Jean Paul
ataca al mismo objetivo en dos ocasiones, lleno de ira, pero de nuevo
el tirano demuestra una agilidad excepcional esquivando los embites.
Farah le propina dos espadazos y le aturde. Pero se repone y intenta
herir a Kaamla, que sin embargo esquiva el golpe. Bartolomeo le
dispara dos flechas con la ballesta modificada, que se clavan en el
pecho del alzado, sin causarle daño alguno.
Mientras,
dentro de la ciudad, Maquiavelo ordena una retirada a la fortaleza,
pero muchos de los efectivos no llegan. Jean Paul a espada y escudo
rechaza a una gran cantidad de carcasas, Jacques queda aturdido.
Ricciardo con su pistola, intenta defenderse con un solo brazo pero
se le echan encima y le hieren profusamente a la vez que le infectan.
El horror en sus ojos, moribundo ya, sabe el aciago futuro lo que
espera.
Jacques
se desaturde y combate fieramente, pero le vuelven aturdir. Jean Paul
no se deja amedrentar. Farah no logra desaturdirse. Bartolomeo
dispara al tirano, le da en dos ocasiones pero no le hiere. El papa
rey ordena mantener la posición, lo cual logran lo paladines a duras
penas.
Farah
no se desaturde, Jacques sí, y esquiva el ataque. Bartolomeo
comienza un barrido con las botas a gran velocidad por la muralla
disparando a las carcasas: impactan los dos primeros pero el tercero
falla. Jean Paul no para de dar espadazos. Isabel de Aquitania ordena
cargar, pero no parece la opción más acertada. Jacques no acierta,
Jean Paul sí, Farah sigue aturdida y la pisotean, causándole dos
heridas. Bartolomeo sigue disparando, pero le atacan por detrás, le
desgarran la espalda, le infectan, se revuelve y abre fuego contra
sus atacantes, matando a algunos de ellos.
Maquiavelo
arenga a las tropas, intentando intimidar. La progenie se ríe de él,
pero entonces ordena lanzar aceite hirviendo y acaba con multitud de
ellos, igualando las fuerzas de ambos ejércitos.
Bartolomeo
se une a un destacamento de caballería, y acaba con un grupo de
abominaciones. Farah sigue aturdida, y la hieren de nuevo,
convirtiéndola en una morituri. Jacques se sigue
desenvolviendo bien, pero aún mejor Jean Paul.. Soraya hace de nuevo
una aparición espectacular y sus odaliscas arrasan un destacamento
enemigo.
La
progenie desiste en su hostilidad: todo indica que los tiranos han
abandonado el campo de batalla. Comienza una purga en la ciudad y sus
inmediaciones. Tristemente, Farah también pide que la sacrifiquen.
Kaamla la abraza y le suministra poco a poco el “elixir”:
“descansa para siempre”... Acto seguido le separa la cabeza de
los hombros. El yelmo de Jean Paul está cubierto por completo de
sangre. Levanta la espada y el pañuelo de su familia mientras
profiere un grito dejándose llevar por la emoción. Ricciardo pierde
el brazo biónico: pronto le instalarán uno nuevo. Bartolomeo ha
perdido una pierna, pero ya está ideando qué tipo de repuesto
quiere que la sustituya. Jacques se deja caer sobre un murete medio
derruido, exhausto. Se queda dormido. Despierta al cabo de las horas
sobresaltado y comienza a atender al resto de heridos. Bianka y los
húngaros vuelven a su país, tras cooperar en la reconstrucción de
Lucca, desconfiando aún más si cabe de los mandatarios de los otros
territorios.
Lucca
ha resistido. El ejército de huesos ha sido derrotado. Sin duda es
una gran hazaña, y el júbilo inunda nuestros corazones. Pero muchos
han muerto, y los comandantes de la progenie han escapado ilesos. Y
lo que es peor: una alianza duradera entre las naciones no ha sido
posible, más allá de una colaboración desesperada y
circunstancial. Y durante la reconstrucción de Lucca, nuestros
héroes oyen habladurías sobre el Necromante responsable de muchas
de las abominaciones que les han acosado... Y muchos se preguntan si
la Triaca, la cura contra el Atramento, existe de verdad...
FIN...
por el momento...
Una crónica bestial, Antonio. Mi más sincera enhorabuena por esta y las anteriores. Gran trabajo!!!
ResponderEliminarAlucinante rolato Maestro, una vez más lo has bordado para darnos de nuevo el placer de disfrutar de esa sublime aventura. Magistral!
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