Crónica de ULTIMA FORSAN
Érase una vez en Lucca
ENTREGA TERCERA · Vi 11/01/18
Dirigida por Eduardo Rodríguez Herrera
Rolato por Antonio Lozano Lubián
Elenco:
- Kaamla Escalione (odalisca roja). Pura. Interpretada por Jesús
- Farah Alany (odalisca roja). Pura. Interpretada por Patricia
- Jacques de La Rochelle (médico de la plaga). Interpretado por Antonio
- Ricardo de Bacci, Cazador de muertos. Puro. Italiano. Interpretado por Rodrigo.
- Jean Paul La Roche, Paladín del Sacro Imperio. Puro. Sacro Imperio Romano-Franco. Interpretado por Jesús
- Flor Escalione alias “La Mariposa”, Odalisca roja. Pura. Granadina. Interpretada por Patricia
- Bianka Farkas, Noble. Infectada. Húngara. Interpretada por Antonio
- Guernardo Rossi, Monje alquimista y médico de la plaga. Puro. Interpretado por Phillippe
Farah
avisa a Lucius, el propietario de la bodega, de que el vino está
envenenado. Kaamla abre camino hacia la Fortaleza Augusta. Farah
busca a Soraya mientras Kaamla busca audiencia con el Podestá y le
avisa de que alguien va a envenenar los pozos de la ciudad con
Atramento. El podestá se muestra sorprendido, sobre todo de la
noticia de que haya una secta. Exige pruebas, con altanería. Kaamla
le pide refuerzos de la guardia para los pozos, pero el podestá se
marcha a hablar con la sultana.
Farah
y Jacques informan de todo a la sultana Soraya y a Isabel de
Aquitania, incluidas la muerte de Diego y el asunto de los pozos.
Irrumpe el podestá y comienza a organizar la guardia. Jacques
pretende localizar a Fiorenzo mediante un registro de las
autoridades, pero tal documento no existe. Farah propone que la
guardia detenga a todo aquel que lleve ropajes grises similares a los
sectarios. Le muesta el breviario a Soraya, que le dice que hay una
delegación de Egipto presente en la feria de Lucca. Jacques y Farah
se dirigen a donde se encuentran, mientras Kaamla acompaña a los
guardias a los pozos.
La
delegación copta se compone de múltiples monjes infectados con
largas túnicas negras. Les mostramos el breviario a un anciano, de
nombre Samuel, que pregunta dónde lo hemos encontrado. Se detiene en
una página con un dibujo en el que antes no habíamos reparado.
Parece una rueda. Lee en voz alta las inscripciones: “para mayor
gloria de dios... los elegidos... el plan de dios...”. Pertenece a
la “hermandad de la rueda sagrada”. Confirma que van de gris.
Fueron expulsados de Egipto. Consiguieron mucha influencia sobre los
infectados en Egipto. Tenían costumbres horrendas, como tatuarse
esta rueda, este instrumento de tortura, en la espalda. Su propósito
era contagiar a los puros, ya que creen que el mundo pertenece a los
infectados. Los que se levantan como infectados tras morir con
atramento son considerados “los elegidos”. Le confesamos que hay
miembros de esta secta aquí, y le revelamos el que pensamos que es
su plan. Le mencionamos a Fiorenzo, y reconoce el nombre como uno de
los mandatarios locos de esta secta. Nos aporta un rasgo descriptivo
físico relevante: parte de su cara está quemada, y su ojo derecho
deforme.
Jacques
propone que se monte un centro de control en el palacio y que cada
dos horas nos reunamos todos para coordinar las actuaciones de esta
emergencia.
TRES
DÍAS MÁS TARDE...
La
luz brumosa filtra la imagen horrenda de la horda avanzando sobre el
barro. Jean Paul espolea a su caballo al máximo, y todos los demás
le seguimos, aunque Flor (con Fiorella) y Guernardo se rezagan.
Comienza una leve llovizna cuando nos acercamos a un grupo de
personas que, estando a un kilómetro de Lucca, se alejan de ella
caminando. Son entre 15 y 20 infectados. Ricciardo le pregunta por la
Feria. Responden que el Concilio les ha expulsado. Jean Paul nos
apremia para marcharnos. Los expulsados nos relatan que los
infectados han huido a la hermandad de la consolación y a otros
lugares, ya que alguien había intentado envenenar con Atramento los
pozos de la ciudad. Ricciardo les avisa de que vienen las huestes y
continuamos nuestros camino al galope.
Llegamos
a las puertas de Lucca, que están cerradas. Ricciardo y Jean Paul
gritan para que les abran con urgencia. Los guardias apostados en la
parte superior de la muralla avistan a Bianka de inmediato. Los
ballesteros le apuntan. Ella grita preguntando por su Vaivoda. Le
responden que todo infectado que permaneció en la ciudad ha sido
encarcelado. Responde con un grito animalesco mientras comienza a
recorrer al galope las murallas para encontrar un resquicio para
colarse en la ciudad. Ricciardo y Jean Paul entran en la ciudad sin
ningún problema y llegan al palacio. Se está celebrando una reunión
del más alto nivel: están presentes todos los dirigentes, que
observan con atención cómo Jean Paul y Ricciardo les informan de
que viene la horda. Los dirigentes les comunican que la invasión
también ha tenido lugar desde dentro. Se establece un debate sobre
el mejor modo de proceder. Flor y Guernardo corroboran estas noticias
para apremiarles a actuar. Ricciardo pregunta por los húngaros y
solicita que permitan la entrada de Bianka y la salida de la prisión
del resto de húngaros, pero el Podestá se niega en redondo.
Bianka,
fuera de la ciudad, encuentra un carro que se ha quedado varado en el
barro cerca de un muro. Aprovechando el impulso del salto desde el
caballo, se encarama al muro y consigue ascender grácilmente a la
parte superior del muro norte, y se oculta tras un tonel, para evitar
las patrullas de guardias. Consigue escabullirse entre los callejones
y llega al palacio ataviada con un paño que le tapa la cabeza.
Jean
Paul mantiene una conversación con su Papa. Le avisa de que los
efectivos no son suficientes. Propone huir a la ciudad más cercana,
Florencia, para hacerse fuertes allí. El papa se niega a abandonar
Lucca, y Jean Paul le ofrece su vida en la batalla.
Guernardo
reflexiona en voz alta sobre la columna de la plaga que se acerca, y
llega a la conclusión de que debe de haber un tirano fuera de lo
común o más de un tirano al mando de esta horda, que por ende, debe
llegar a los 10 000 efectivos, frente a los 2 000 combatientes que se
encuentran en Lucca ahora, aproximadamente. El Podestá piensa que
podríamos resistir.
Jean
Paul pide que manden un emisario para que avisen a Florencia y si
pueden, que manden refuerzos. El podestá se queda pensativo y se
marcha.
Farah
le pide a Soraya que orienten los cañones hacia Pisa, y le confiesa
que va a coger un vestido de odalisca para introducir a Bianka en la
ciudad. Soraya se queda boquiabierta y le impide hacerlo,
argumentando que se debe cumplir con los designios del Concilio. Le
ordena defender la ciudad, y se queda con Fiorella, a la cual aloja
en uno de sus aposentos.
Farah
coge su propia capa y acude al patio de armas, donde reina el caos:
cada delegación intenta organizar a sus propios efectivos. Aprovecha
para echar un vistazo a la cárcel...
Jean
Paul le pide a Guernardo que investigue la plaga a partir del
envenenamiento, por si esto pudiera arrojar algo de luz sobre la
batalla que se aproxima. Guernardo propone al podestá que alguien
organice la defensa por encima de todos. El podestá repone que cada
delegación se repartirá un trozo de muralla. El monje le pide
inspeccionar las muestras de vino con Atramento. Responde que están
en los laboratorios y que ya han sido analizados.
Bianka
intenta colarse en el palacio aprovechando una comitiva de monjas
guerreras, pero un grupo de paladines la localizan y proceden a
introducirla en el calabozo mientras no para de gritar para que la
reúnan con la Vaivoda, tras quitarle las armas. En el proceso se
cruza con Flor, que ha ido a buscarla. Bianka le grita para que le
ayude. Flor los sigue y pide a la guardia entrar a hablar con ella.
No logra convencerle.
Bianka
da con sus huesos en el mismo lugar en el que está confinado su
hermano, el Vaivoda, junto con otros muchos húngaros. Le recibe
reprochándole que se haya dejado capturar. Bianka le responde con
una bofetada y echándole en cara que a él lo han capturado primero,
y siendo el Vaivoda. A continuación le informa de todo y le habla en
susurros sobre algo que nadie más logra oír...
Jean
Paul reza para conseguir la iluminación divina y ser el azote de la
plaga, el ejecutor de los tiranos.
Guernardo
le pide al podestá permiso para entrar en la cárcel y tratar de
descubrir dónde han ido a parar los húngaros que han ido
desapareciendo. Se lo concede, y junto con el resto del grupo llegan
a donde está Bianka. Le dicen que no pueden liberarla ahora, pero
Flor, con la excusa de perfumarla un poco, le desliza unas ganzúas
dentro de la ropa, pero sugiriéndole que no es buena idea escapar
todavía. Bianka se lo agradece, consternada, y le dice que no
olvidará esto.
Le
preguntan a Domenic por los húngaros desaparecidos. Poco a poco van
recordando que había una zona con muchos vagabundos, donde
desaparecieron algunos de ellos. 20 de 200 están ilocalizables, más
o menos. Uno llega a recordar que fue cerca de la “casa de los
mutilados”.
Ricciardo
ha oído hablar de ese lugar: un eficio derruido donde pernocta la
gente de la calle. Los puros pobres se refugian allí, donde no
molestan.
Guernardo
le dice en Fiorentino a Bianka que use con prudencia las ganzúas,
porque son su responsabilidad. La húngara asiente.
El
grupo se aproxima al cubil de los pobres, en el noreste de la ciudad.
Se trata de un edificio derruido, lleno de escombros, y una escalera.
Ricciardo localiza una zona muy llamativa: los maderos se amontonan
claramente tapando algo, dispuestos adrede. Debajo hay una losa que
se puede mover.
Jean
Paul utiliza su brazal mecánico para retirar la losa, que deja al
descubierto unas escaleras sumidas en la total oscuridad. Guernardo
fabrica una antorcha. Bajan al sótano, vacío. Al fondo, una
alberca. Un sonido de murmullo rompe el silencio que se supone que
debía imperar. Flor se percata de que el suelo podría derruirse en
cualquier momento. El ruido viene de la alberca. Flor pide que se
acerquen a la pared, y se pega a una. Jean Paul y Ricciardo hacen lo
propio, y Guernardo se queda en la escalera, y destapa el suelo en la
base de la escalera. Avanza, y localiza que las maderas del falso
suelo empiezan más adelante.
En
ese momento aparecen cuatro figuras por las escaleras. Uno de ellos,
con un ojo deforme por una horrible quemadura, les dice que han
llegado demasiado lejos, y hace una seña a uno de ellos, que se
marcha escaleras arriba.
Jean
Paul lanza una antorcha a la alberca, que parece que prende bajo el
suelo, justo cuando se inicia un combate en la penumbra.
Flor
aturde a un enemigo de un espadazo. Jean Paul yerra dos embites.
Guernardo empieza a mezclar mejunjes y fabrica im promptu una
especie de poción mágica ante la mueca de desaprobación de Jean
Paul. Un oponente ataca a Flor con una espada corta pero no consigue
impactar. Jean Paul desvía los golpes de Fiorenzo. Se le suma el
otro enemigo, pero tampoco logra hacer mella en el paladín.
Ricciardo propina un hachazo a uno de ellos, aturdiéndolo.
Aturden
a Ricciardo mediante un espadazo. Fiorenzo vuelve a fallar contra
Jean Paul, lo mismo que su compañero. Guernardo lanza un haz de
vidriolo y fuego ardiente que ilumina de un fogonazo toda la
habitación, hiriendo a Fiorenzo y fulminando a otro. Ricciardo
esquiva el rayo en el último instante. Flor se ensaña con Fiorenzo:
lo desmiembra y se salpica con la sangre del infeliz. Jean Paul
ejecuta al oponente restante, abriéndole en canal, desde el vientre
hasta la mandíbula.
Guernardo
se retira a una esquina a preparar otro jarroncito-bazooka con el que
destroza a los muertos del piso inferior, donde por fin se hace el
silencio tras una enorme llamarada naranja y fucsia, a la que Flor
lanza los desechos de Fiorenzo, que en efecto tiene en la espalda el
tatuaje de la rueda.
Jean
Paul sube las escaleras y se esconde.
El
grupo descubre que estaban preparando una trampa para realizar un
ataque desde dentro, ya que bajo el suelo de madera había una rampa
para que los 40 muertos vivientes subiesen a la ciudad.
Bianka,
en la prisión, convence a su hermano el voivoda para que arengue a
sus seguidores húngaros, y mientras, abre con pericia la celda. A
continuación arman un gran escándalo para que los guardias se
acerquen a comprobar qué está pasando. Es entonces cuando los
reducen y abandonan en tropel la prisión.
La
infectada coge una alabarda de un guardia, pero en seguida
encontramos la armería y nos equipamos con nuestras propias armas.
Localizamos una torre de la propia fortaleza que sea fácil de
defender y nos valga como puesto elevado en altura que sea fácil de
defender y desde el que podamos avistar de qué modo transcurre la
batalla.
El
ejército de huesos toma posiciones en sepulcral silencio en los
aledaños de Lucca... es una pavorosa visión.
Ricciardo
informa al Podestá de los últimos hallazgos, incluida la trampa.
Pide una vez más la ayuda de los húngaros, y el mandatario accede
por fin, ante la demostración de fuerza de la progenie.
Guernardo solicita parlamentar
con Bianka, y ambos mantienen una negociación a la que se suma
Ricciardo. Tras relatar cómo los húngaros han sido víctimas de una
trampa y cómo la ciudad está comprometida desde el interior, el
destacamento húngaro se dispone a colaborar en la defensa de la
ciudad.
En
ese momento una figura emite un desgarrado grito desde el tejado de
la Torre del Reloj: el campanario de mayor altura, en el centro de la
ciudad: “¡¡Para mayor gloria de dios!!” Lleva la espalda
descubierta: en ella se aprecia el tatuaje de los sectarios. Apenas
un instante después, una explosión destroza la torre y hace pedazos
al heraldo de las huestes, que, a su señal, comienzan un avance
coordinado hacia las murallas y comienzan la ofensiva. La tierra
tiembla. Se hace el silencio por un instante. Los latidos de nuestros
corazones ahogados por el sonido de los pasos de la muerte misma
llamando a las puertas de Lucca.
Toros
infernales, cuero, catapultas. Redes llenas de progenie. Esqueléticos
corren, escaleras de huesos. Bandadas de pájaros negros. Caen las
redes llenas de furias dentro de las murallas. Es solo una primera
avanzada.
Odaliscas
repelen de lujo. Húngaros acaban con las furias de dentro. Guernardo
pretende reventar una de las escaleras de los muertos mediante una
tremenda bomba, pero dos esqueléticos le estorban y yerra el
disparo, quedando infectado en el proceso, a causa de un corte
profundo en el cuello, por la que además empieza a desangrarse.
Muere en breves instantes, y se levanta tras un momento apenas,
convertido en una furia.
Ricciardo
hace estallar una escalera de asedio con un cañonazo.
Jean
Paul comanda a los paladines, que repelen a los atacantes con una
fuerza brutal, reventando a la par escaleras y fémures. A
continuación golpean con los escudos, generando un explotío
grandioso de huesos y armas emponzoñadas.
La
furia en la que se ha convertido Guernardo se lanza a desgarrar y
morder a lo que hasta ahora eran sus compañeros, debilitando las
defensas de esa zona de la ciudad.
Ricciardo
pega otro zambombazo. Bianka y los suyos destrozan a varias furias,
algunas de ellas venían incendiadas y prenden algunos edificios.
Odaliscas
lanzan cuchillos desde lejos.
Bianka
lanza trozos de furia con fuegos a los cuervos y cuando caen los
ensarta. Hale.
Guernardo
profiere gritos horrendos y vuelve a entorpecer a las defensas de la
zona de Ricciardo.
Las
odaliscas mantienen la muralla. Los paladines ensartan a una bestia
encarcelada todos a la vez.
Conseguimos
repeler la primera oleada. Ricciardo intenta reventarle la cabeza a
Guernardo de un hachazo, pero este le muerde en el brazo derecho,
hiriéndole e infectándole. Rápidamente Ricciardo intenta amputarse
el brazo derecho con su “última esperanza”... pero no consigue
cortárselo. Se salpica toda la cara de su propia sangre. Comienza a
desangrarse. No lo soporta y pierde la consciencia. Guernardo
consigue aún matar a varios defensores hasta que un guardia lo abate
de un certero golpe en la nuca.
Al
cabo de cierto tiempo Ricciardo se despierta en una camilla, ya sin
brazo derecho, pero fuera de peligro, por el momento...
Aunque
se respira la euforia de la batalla ganada (o al menos el inicio del
asedio resistido) son muchos los caídos, y lo que es peor: algunos
supervivientes piden que se les sacrifique, conocedores de su cierto
destino. Así brotan las lágrimas que enjuagan la sangre en las
calles de Lucca.
Cuando
por fin dirigimos de nuevo la mirada al exterior de las murallas de
la ciudad, somos testigos de cómo las tropas atacantes se repliegan,
sí, pero ni mucho menos abandonan el asedio. Llegan nuevas jaulas
enormes empujadas por la progenie: por causa del humo que inunda toda
la zona apenas somos capaces de vislumbrar qué horrendas bestias
transportan hasta las puertas de la ciudad que defenderemos hasta la
muerte...
CONTINUARÁ...
Mil gracias ilustre cronista. Es apocalípticamente grandioso!! Despues de leer eso mañana volveremos con más ingentes ganas al maldito matadero.
ResponderEliminarjajaja Muchísimas gracias, Phil!!! :D
EliminarGrande, Antonio!! Me quito el sombrero ante el trabajo que estás desarrollando como cronista 👏👏👏👏👏
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Edu!!! La campaña lo merece ;)
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