lunes, 26 de noviembre de 2018

Crónica de ULTIMA FORSAN - Entrega Primera



Crónica de ULTIMA FORSAN

ENTREGA PRIMERA · Vi 23/11/18
Dirigida por Eduardo Rodríguez Herrera
Rolato por Antonio Lozano Lubián

Elenco:
  • Ricardo de Bacci, Cazador de monstruos. Puro. Italiano. Interpretado por Rodrigo.
  • Jean Paul La Roche, Paladín del Sacro Imperio. Puro. Sacro Imperio Romano-Franco. Interpretado por Jesús.
  • Flor Escalione alias “La Mariposa”, Odalisca roja. Pura. Granadina. Interpretada por Patricia.
  • Bianka Farkas, Noble. Infectada. Húngara. Interpretada por Antonio.

1514. Los cielos grises de noviembre dan la bienvenida a la Feria de los Muertos de Lucca. En breve se celebrará el primer Concilio mantenido por dirigentes de todos los reinos que han sobrevivido a La Plaga. Es un momento histórico de la máxima relevancia. Las delegaciones de los diferentes asentamientos que aún resisten los embates de La Progenie han realizado un largo y difícil viaje para reunirse en la Fortaleza Augusta, donde les espera con los brazos abiertos el Podestá de Lucca: Bartolomeo Forteguerra.

Los mandatarios de la ciudad han hecho coincidir al Concilio con la Feria de los Muertos, por la que pasea Flor, ojeando la enorme variedad de armas que los mercaderes venidos de los más recónditos lugares exiben en sus puestos. Bianka visita a los alquimistas en busca de extrañas pócimas y ungüentos de efectos curativos. Jean Paul, por su parte, interviene celosamente la venta de hierbas y brebajes, que considera obra del mismo demonio. Localiza precisamente a Bianka, y percibe que la bolsa de dinero de esta está a punto de ser sustraída por una muchacha. Jean Paul le agarra la mano y se percata de que Bianka es una infectada. Tras un seco agradecimiento por parte de la noble húngara, se separan sospechando el uno del otro.

Flor se advierte que la sigue una figura ataviada con ropas descuidadas, aparentemente un “cualquiera de la calle”... Justo detrás, de un callejón, una pequeña muchedumbre irrumpe en la calle huyendo de una “carcasa” que les persigue. Cosa que deja de hacer en cuanto localiza a la joven granadina, a la que comienza a acercarse. La joven no se percata de nada de esto. Ricardo corre al rescate y se interpone. El muerto alzado se abalanza sobre él y forcejean. Flor reacciona y decapita al muerto al instante. Ambos se extrañan de que algo así ocurra en un lugar como este y menos en este preciso momento.

Se nos reclama en la Fortaleza, a la que acudimos acompañados de la guardia. Nos llevan a una sala oscura de altos techos, presidida por una mesa alargada a la que están sentadas varias personas, entre ellas nuestros líderes. El Podestá de Lucca nos da la bienvenida y nos informa de que todos ellos han tenido a bien encomendarnos una misión de suma importancia: hace 11 días, un monje estudioso de La Plaga, consejero y amigo personal suyo, de nombre Guernardo Rossi, partió hacia la Abadía de San Basilio acompañado de dos guardias. Se encontraba tabajando en unos descubrimientos de fármacos contra La Plaga. El Concilio no debería comenzar sin él, por lo que hemos de salir en su busca lo antes posible. La abadía está a día y medio de viaje. Se nos ofrece una copiosa comida antes de partir.

Flor anuncia el encuentro con la “carcasa”. Ante la incredulidad de los presentes, Ricardo lo confirma, y ambos solicitan una investigación. El Podestá accede y anuncia medidas, sin salir de su desconcierto.

Jean Paul toma la palabra para decir que acatará la misión, pero previa orden directa de su Rey Papa, única persona a la que obedece. Éste le lanza una mirada de enfado, pero le aporta una información sólo a él, algo que emulan todos nuestros líderes con cada uno de nosotros.

Pasamos al salón donde nos han preparado un ágape. Bianka aparta comida y bebida para ella en una zona apartada de la gran mesa, para evitar el contagio por el Atramento que su cuerpo contiene. Jean Paul se aleja aún más de ella con su comida. Ricardo rompe el hielo con una larga perorata intentando entablar contacto con todos los demás integrantes del insólito grupo. Bianka replica ásperamente: “bueno, pues ya sabemos quién es el charlatán del grupo... espero que fuera de la ciudad sepas mantener la boca cerrada”. Ricardo encaja bien el golpe y responde que cuando salgamos al Yermo no tendrá que preocuparse: “sé bien lo que hago”. Aunque sospechamos que el incidente de “la carcasa” pueda ser un atentado, decidimos cumplir nuestra misión de forma prioritaria, para lo que nos pertrechamos. Nos hacemos con viales de cauterio y “últimas esperanzas” quienes no las portábamos aún, junto a bolsas de salamandra, a instancias de Ricardo.

Flor busca a su hermana, que no aparece, y le pide a Soraya que investigue el asunto del ataque de “la carcasa”. La Sultana accede y confiesa que duda de la seguridad en Lucca.

Jean Paul comienza sus rezos en un lugar apartado y solitario.

A la caida de la tarde, la comitiva abandona Lucca a caballo. Jean Paul monta su caballo de guerra, imponente. El desapacible viento nos da la bienvenida al Yermo, inhóspito como siempre. Nos dirigimos hacia Módena, al Noroeste. Deberíamos llegar mañana por la noche. Ricardo cambia por completo su cháchara insistente y se transforma en el epítome del sigilo. Atravesamos los caminos de los Alpes en silencio, tan sólo el viento atravesando la vegetación parduzca que brota sobre el terreno cárstico. La roca blancuzca, cuasi marmórea, nos rodea.

Tras retornar a una zona boscosa no muy cerrada, percibimos quejidos y gruñidos. Ricardo llega a distinguir un llanto de crío. Flora y Bianka descienden de sus caballos y se acercan a pie. Ricardo en cambio trepa a un árbol para desplazarse por las ramas y Jean Paul se acerca raudo a caballo, y llega hasta una carreta cuyo caballo alterado y su conductor, que porta una azada, intentan mantener a raya a un grupo de muertos alzados. El llanto proviene de debajo de la lona que tapa la carreta.

Jean Paul acude al rescate, entreteniendo a dos de las carcasas. Flora forcejea con otras dos, Bianka aturde a uno mediante una estocada de su espada larga, y Ricardo carga sus pistolas desde el árbol más cercano. La progenie ataca a los refuerzos del carretero, dos por cada héroe. El baile dulce de las espadas gemelas de Flor resulta en la decapitación de un alzado. Jean Paul secciona con su mandoble la cabeza de otro muerto viviente a la altura de la nariz, desparramando sus sesos y muelas por el aire, al grito de “¡por Cristo, nuestro Señor!”. Bianka rebana ambas piernas de otra carcasa a la altura de las corvas, ejecutándola tras caer su víctima al suelo, que comienza a inundarse de sangre espesa y negra, ya podrida. Ricardo yerra un disparo. Jean Paul parte a otro muerto por la mitad, de arriba hacia abajo, resultando en una lluvia de costillas ensangrentadas. Flor cruza ambas espadas sobre el torso de otro infeliz, cuyas tripas se desparraman por el suelo mientras su espina dorsal se quiebra y se acaba seccionando por la mitad; la heroína empoderada, su falda al viento. La última carcasa en pie atosiga a Bianka, que la mantiene a distancia con su espada clavada en el cuello putrefacto, hasta que Flor atraviesa la frente de la muerta con único golpe certero, paralizándole en el acto.

El hombre, de pelo oscuro, dice que se llama Alessandro Risso, y añade que es un campesino que se dirige a la Feria de los Muertos con su mujer y sus hijas. Bianka se acerca a la carreta, levanta la lona, bajo la que se encuentran una mujer también morena y, algo separadas, dos niñas rubiáceas, de 5 y 9 años aproximadamente... y “¡BÚ!”, les asusta con su particular sentido del humor húngaro e infectado. Jean Paul y los otros se lo recriminan. Ella les anuncia que ya pueden salir, y se aleja de ellas. Flor se acerca al carro y percibe cómo la muchacha de 9 años le pide “socorro” sin dejar que su voz se oiga. A continuación el carretero restablece la marcha, pero en sentido contrario a Lucca. Flor le da el alto, pero el hombre no reduce la velocidad, así que corre y se engancha a la carreta. Bianka lanza su daga al campesino, pero falla. Ricardo dispara y su bala impacta en el hombre, que cae del carro emitiendo un sonoro grito lastimero. Flor consigue parar la carreta. Jean Paul atenaza al campesino, que protesta. Flor amenaza a la mujer y pide explicaciones. La niña revela que no son sus padres, que les han hecho daño a sus verdaderos padres. Entonces la mujer intenta huir, pero Flor le secciona grácilmente el tendón de aquiles haciéndola caer (y por ende infectándola de Atramento) y la interroga. La campesina, pálida de terror, confiesa que “mataron” a los padres de las niñas. Jean Paul ajusticia a la mujer mediante una estocada segura en el pecho. El campesino grita desde el suelo: “¡dejadme ir!”; la respuesta de Bianka es atravesarle el pecho con la espada mientras dice en voz baja “ve en paz”.

Decidimos llevarnos a las niñas, protegiéndoles las extremidades envolviéndoselas en lona. Entonces Ricardo se percata de que la pequeña tiene una mordedura, y está temblando de fiebre. Al darse cuenta de la situación, Bianka pasa su brazo sobre los hombros de la hermana mayor y la aleja, pidiéndole un relato detallado para distraerla de lo que sabe que va a ocurrir a continuación. Tras solo un instante, a tan solo unos metros, Jean Paul le corta el cuello a la pequeña. Bianka impide que su hermana se de la vuelta e intenta confortarla mirándola a los ojos. Flor se hace carga de la niña, que por fin revela su nombre: Fiorella. Se adelantan en el caballo mientras quemamos los cadáveres y el infame carromato.

Tras cabalgar un largo trecho, pensamos en acampar. Para ello, Ricardo localiza una zona llana y elevada. Acampamos bajo la intensa lluvia. No hacemos fuego para no atraer a más muertos alzados. Ricardo relata cómo perdió a toda su familia tras su primera cacería, y cómo los encontró, ya muertos, y ya alzados, en la segunda. Él mismo tuvo que acabar con ellos. Nuestras lágrimas se mezclan con la copiosa lluvia: “demasiada tristeza trae esta Plaga...”. Jean Paul entona una plegaria.

Por la mañana, temprano, transitamos por un frondoso valle, ahora enfangado. Flor narra cómo perdió a tres hermanos por causa de La Plaga. Tras el penoso relato, alecciona a Fiorella: “no te ancles en el miedo, encauza tu rabia”. La niña le aprieta la mano mientras solloza. Al poco rato Fiorella avisa de que se divisan los restos de un campamento, rodeado de buitres. “¿Están allí?”, hay mezcla de temor y esperanza en su voz.

Bianka se adelanta y ahuyenta a las funestas aves, y reconociendo a los que bien podrían ser sus padres, grita: “¡no son ellos!”, pero Fiorella sabe que miente y rompe a llorar, derrumbada. Solo oimos su llanto y la lluvia, que retorna implacable.

Comienza a anochecer. Ricardo localiza la abadía en la distancia: emite una luz tenue desde la colina alta sobre la que se haya. El camino hasta su alta muralla de piedra (de 3 metros aproximadamente) es escarpado. Ricardo ya ha hollado el suelo de este refugio, por lo que Bianka le pregunta si cree que la dejarán entrar. Jean Paul se lo garantiza personalmente.

Se abre la portezuela enmarcada en la enorme puerta de madera, y el rostro ajado de un monje viejo y somnoliento indaga sobre los visitantes. Jean Paul anuncia: “¡Paladín del Sacro Imperio!”. Abre inmediatamente, y nos hace pasar. Se presenta como el Padre Aurelio. Preguntamos por Guernardo Rossi, tras lo que parte, cojeando, a avisar al abad. Le acompañamos por el patio, donde hay un pozo, hasta el claustro. Notamos cómo los monjes nos observan desde la distancia, semiescondidos. El Padre Francisco, un abad de barba blanca, nos da el encuentro. Tras unas breves presentaciones, manda al Padre Ángelo (el más joven) a por comida y paños para secarnos.

El abad confirma que Guernardo Rossi estuvo aquí hace 4 días. Mantuvo largas conversaciones con el Padre Fabio. Pero luego hizo su aparición en la abadía Philippo Terni, un propietario de tierras, que buscaba ayuda para su hija. Guernardo se ofreció y partió hace 4 días, si bien las propiedades de Philippo se hayan a tan sólo un día de distancia.

Nos ofrecen alojamiento y víveres para una noche. Tras insistir varias veces, Bianka logra convencer al abad para que les permita visitar al Padre Fabio en su laboratorio, cosa a lo que era bastante reacio en principio. El joven Padre Ángelo decide acompañar a Bianka y Ricardo. Jean Paul prefiere investigar por su cuenta la abadía. Flor acuesta a Fiorella y se queda con ella un rato, hasta que cae dormida acurrucada. Consiguen una promesa de los monjes de que cuidarán de ella y se reintegran al grupo que va a buscar al Padre Fabio.

Atravesamos la abadía en la penumbra de la noche. Entramos en los sótanos, provistos de antorchas, y alcanzamos las catacumbas. Al final del pasillo, provisto de arcadas laterales, encontramos una puerta a la derecha. Tras llamar a la puerta, el Padre Fabio asoma la cabeza sin abrir la puerta del todo, la capucha puesta. Ricardo hace las presentaciones. El Padre Fabio se queda mirando atónito a Bianka. Confirma que Guernardo Rossi estuvo allí y que comentaron las investigaciones de ambos en profundidad. Añade que a pesar de que es un buen hombre, está equivocado y que la solución que pretende para La Plaga es poco más que el delirio de un simple herborista. De hecho, se pregunta, “¿acaso es necesario una cura?” y se descubre la cabeza: ¡se trata de un infectado!

El Padre Ángelo responde: “¡tu solución es la muerte!”. El padre Fabio le manda callar, a lo que responde el joven: “¿dónde está el Padre Elías?. El Padre Fabio replica que el Padre Elías estaba enfermo, que hubo que tomar medidas. El Padre Ángelo no lo soporta más, y de un empujón, abre la puerta e irrumpe en el laboratorio. Aprovechamos y le seguimos al interior. La estancia, de unos 5 metros por 13 metros, está bien iluminada con abundantes candiles, velas y antorchas. Circundada por varias puertas cerradas, en las paredes hay colgados instrumentos de todo tipo, mucho de él quirúrgico, y sobre una camilla, un cadáver tapado con una sábana manchada de sangre seca.

El Padre Fabio protesta enérgicamente mientras también accede el abad al interior. El Padre Ángelo grita “¡Padre Elías!” a la vez que descubre el cuerpo que yace sobre la camilla, pero se trata de una “carcasa”, no del Padre Elías. El cráneo del muerto está destapado, los sesos seccionados. Horrorizado, el Padre Ángelo continúa llamando a voz en grito al Padre Elías, que le responde tras una de las puertas cerradas: “¡¿quién es?!”. El Padre Ángelo abre la puerta, de la que surge a gran velocidad una amalgama de cuerpos en diferentes estados de descomposición, todos aglutinados en un mismo torso horrendo y blasfemo, rezumando Atramento. De entre las múltiples cabezas que coronan a este monstruo abyecto, destaca la del Padre Elías, que con mirada suplicante es incapaz de controlar a los cuerpos del Hecatónquiro del que ahora forma parte. Desmembran al Padre Ángelo en tan solo un par de segundos. Queda hecho una piltrafa sanguinolenta a sus pies.

Ricardo carga sus pistolas. El Hecatónquiro agarra del brazo izquierdo a Bianka para arrancárselo, pero esta se zafa. Flor le asesta un tremendo golpe con una de sus espadas, pero no parece herirle. Bianka comienza a agitarse y a proferir gritos salvajes mientras se abalanza golpeándola insistentemente (ha entrado en modo “berserk”), pero tampoco hace mella en el monstruo. Jean Paul logra impactar también, pero su ataque es de nuevo infructuoso. Flor logra cortarle algunos brazos. Ricardo dispara sus dos pistolas a la vez sobre el horrible ser. Bianka alcanza a acertarle otra lluvia de golpes, sacando un ojo a la cabeza del Padre Elías, y haciendo gritar a las otras cabezas. Jean Paul realiza un golpe poderoso con su mandoble, que secciona a dos de las cabezas que acaban de aullar, las cuales ruedan y van a parar a los pies del Padre Fabio, manchándolo con una sangre negruzca. El Hecatónquiro intenta destrozar a Flor, que lo esquiva grácilmente. Bianka atosiga al monstruo pero no consigue dañarle. Ricardo salta entre ellas y asesta un hachazo poderosísimo al núcleo del monstruo, reventándolo como un enorme forúnculo. Bianka continúa en este estado de agitación peligrosa, hasta que Flor consigue calmarla.

Jean Paul inquiere al Padre Fabio sobre la “enfermedad” del Padre Elías, que defiende su “obra”: “estaba enfermo y... experimenté...”. Entonces comenzamos a notar ruidos provenientes de las otras puertas. Bianka, recuperada, le pregunta al investigador loco cómo lo hizo, que responde escuetamente: “con el Atramento”, mientras coge un cuchillo de la camilla y nos manda irnos. A la vez, Jean Paul abre otra puerta, de la que sale corriendo una “furia”. El paladín la recibe con un espazado, que la empala y la levanta. Sin perder ni un instante, se dirige hacia otra puerta. Flor intenta pararle los pies, junto con Ricardo. Se interponen, pero Jean Paul los hace a un lado arguyendo que aunque tenga una misión, primero están sus votos. No logramos convencerle, ni mediante el golpe sordo que Flor le propina en el casco. Jean Paul abre otra puerta, de la que surgen 4 carcasas. Ricardo y Flor se dirigen hacia la puerta para abandonar la habitación. Jean Paul logra aturdir a una al atravesar las costillas de dos de ellas, ensartándolas a la vez. Otra se le engancha al brazo izquierdo pero logra desembarazarse de ella antes de consiga herirle. Bianka se lanza al rescate del paladín. Ricardo se da la vuelta en la puerta, justo antes de salir, y carga las pistolas. Bianka forcejea con un par de carcasas. Jean Paul destroza a una de ellas. La otra agarra a Bianka del brazo izquierdo, pero la noble húngara la lanza contra la pared, manchándola de sangre y pus. Ricardo apunta a la cabeza de una, aprieta el gatillo... y la cabeza de la carcasa explota, salpicando de sangre pegajosa el casco de Jean Paul, que está justo al lado.

Bianka logra empujar a las dos carcasas que quedan en pie otra vez dentro de la habitación de la que salieron. Jean Paul y el Padre Fabio cierra la puerta. Jean Paul calma a Bianka y le agradece “su humanidad”, aunque le advierte que es la “primera y última vez que va a dejar pasar la oportunidad de acabar con La Progenie”.

El Padre Fabio confirma que Guernardo Rossi partió en ayuda de Philippo Terni. Jean Paul le avisa de que cuando retornemos todos sus experimentos deben estar muertos. Pasamos la noche en la abadía. La niña está bien. Nos despedimos con la promesa de volver a por ella. Flor deja claras las advertencias e incluso amenazas a este respecto. Le da los ahorros que portaban sus captores y le manda esconderlos. Le dice que si no vuelve, no se quede allí, que no pase su vida rodeada de hombres; que debe luchar. Fiorella le pregunta si volverá y la llevará con ella. Flor asiente. Cuando se marchan, Bianka le pregunta si se ha encariñado con la niña, y añade que “con las 5 primeras te encariñas, pero que tras pasar por lo mismo 50 veces, se te endurece el corazón”.

Salimos hacia la granja de Philippo Terni. Ricardo se orienta bien. La granja, cercana a Módena, está fortificada con una muralla de piedra de 2 metros de alto. No muy robusta, pero se percibe que el propietario es una persona acaudalada. Llegamos al atardecer. Notamos que una hoja de la puerta de la muralla está entreabierta. Atamos los caballos y nos asomamos. La casa tiene dos plantas. Hay un pozo, unos establos a un lado y al otro una plantación de árboles frutales. La casa está a unos 100 metros de la entrada. No hay luz, ni humo.

Nos acercamos a la vivienda con sigilo. Oímos a unas vacas que pastan junto a los establos. Jean Paul divisa algo en el suelo entre los frutales. Ricardo percibe un sonido rítmico y sordo, como de golpes tenues contra la madera. Se acerca al bulto que hay junto a los árboles: es un perro destrozado, o lo que queda de él. Rodeamos la casa. A través de las ventanas vemos un salón desordenado. Localizamos la puerta trasera. Parece que el sonido proviene de la delantera. Ricardo imita los golpes en la puerta. El ruido cesa. Abrimos la puerta de una patada. Entramos en lo que parece un almacén. Se escuchan pasos arrastrados en el piso de arriba. Una figura femenina cruza lentamente al fondo con paso desgarbado. Es de mediana edad y va vestida con ropas de granjera. Se vuelve y se lanza contra nosotros. Jean Paul la parte por la mitad de un mandoble en semicírculo.

Subimos las escaleras, de madera, anchas, que crujen a nuestro paso. Nos topamos con una mujer, un hombre y un chaval alzados, con ropa cara, que nos atacan de inmediato. Jean Paul decapita al muchacho y la cabeza rueda por las escaleras, dejando un reguero de sangre roja. La otra mujer muerta no acierta a alcanzar a Jean Paul. El hombre ataca a Bianka, que lo mantiene a raya empujándole la cara. Ricardo enarbola su hacha, pero falla. Bianka consigue apartar al muerto de un empujón y la destripa de un tajo de abajo a arriba con su hoja. Flor acaba con la mujer que resta, mediante un tajo doble en los hombros, llevado a cabo con ambas espadas.

Aún jadeando, distinguimos golpes desde el techo. Pero entonces aparece una criatura pequeña corriendo entre las puertas del fondo del pasillo. Se le unen dos guardias. En total son 3 furias. Ricardo dispara a la cabeza de un guardia, reventándola. Flor ensarta a otro, clavándolo en la pared, y posteriormente saca su espada apoyando su pierna en el cadáver. Jean Paul propina un formidable espadazo a la niña, que vuela 2 metros, hasta los pies de Ricardo, mientras profiere un horrible grito. Se revuelve en el suelo y ataca a Ricardo, que la esquiva. Bianka la aturde con un tajo. Ricardo se dispone a ejecutarla de un tiro en la cabeza pero le puede la presión y yerra el disparo. Jean Paul, inmisericorde, la clava contra el techo de un espadazo, para luego dejarla caer sobre el ensangrentado suelo de madera.

Una trampilla se abre en el techo, y baja una escalera. Es Guernardo Rossi y dos mayordomos, que agradece que le salvemos. Es un monje de barba grisácea y pelo ralo, sin capucha, despeinado. Delagado y bajo. Ricardo le pregunta por el Padre Fabio. Responde que, aunque ambos investigan para lograr el antídoto a La Plaga (La Triaca), ambos siguen caminos muy diferentes. Añade que es una pena que no pudiera salvar a la niña de Philippo Terni. Aclara que llevan dos días allí.

Buscamos comida y caballos. Quemamos los cadáveres. Alimentamos a los caballos y pasamos la noche allí. Salimos por la mañana al alba. Los mayordomos se quedan en la granja. Llegamos a la abadía al anochecer. La niña se encuentra bien. Pasamos allí la noche. Jean Paul pregunta a Guernardo Rossi si deberíamos acabar con las criaturas del sótano. El monje responde que, aunque no la comprendamos, debemos respetar la investigación del Padre Fabio. Ricardo le pregunta por su investigación. Responde que se basa en plantas.

Pasamos la noche. Salimos con los maitines. Al acercarnos por fin a nuestro destino, desde una de las últimas colinas, antes de llegar a la ciudad, ya divisando Lucca, la costa e incluso Pisa, avistamos una columna enorme de muertos vivientes que, organizados en huestes, avanzan lentamente hacia Lucca desde Pisa. Carcasas, furias, grandes jaulas empujadas por La Progenie... marchan con una organización marcial inteligente y con ritmo firme hacia la misma ciudad a la que nos dirigimos nosotros...

CONTINUARÁ...


12 comentarios:

  1. Bestial!!!!! Me encanta, Antonio. Has plasmado la sesión de cabo a rabo. La descripción de los combates es brutal. Enhorabuena por el tabajo.

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    1. Muchas gracias!!! La sesión lo merecía: fue impecable!!! ;)

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  2. Rolato de cien, me ha encantado!!

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    1. Muchas gracias por leerlo, Phil!!! :D Así estás un poco allí también ;)

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    2. Doblemente gracias entonces porque no dudo que este rolato es lo mejor de lo mejor para preparar mi entrada en la campaña para la próxima sesión. :-D

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  3. Guapísimo Antonio, he revivido la sesión! Gracias tío!

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  4. Esta y las siguientes entradas de la crónica de Luca fueron las que me animaron a dirigir UF para mis amigos (después de un buen tiempo sin dirigir nada). Voy a compartirla en MeWe con el nick ParvusDomus

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    1. Perfecto, muchas gracias y mucha suerte con el sorteo. Apuntado quedas ;-)

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